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Un colegio para recordar

24 de Agosto del 2010 - Alba García Noriega (Gijon)

Aquí estoy. Al final me he decidido. He cogido lápiz y papel para intentar escribir algo que llevo tiempo con ganas de escribir.

Borrón tras borrón, porque recordar 15 años de tu vida supone revivir muchas cosas, supone remover muchos sentimientos y expresar cosas así en un folio no es tarea fácil.

Siempre tuvimos fama de pijos (los pijos de las Ursulinas) y yo nunca entendí por qué. Desde pequeños se nos educa en la sencillez, en la humildad, en compartir, dar y recibir. Nada es de nadie porque todo es de todos. Esto no es mío sino nuestro; todavía recuerdo que al inicio del curso cada uno contribuía con un libro a la pequeña biblioteca del aula o las merendolas que hacíamos una vez al trimestre donde cada uno llevaba algo para compartir con los demás.

Y a medida que íbamos creciendo nos fuimos dando cuenta de que las merendolas y los libros tenían un por qué, tenían un significado importante detrás: eran valores (compartir, convivir). Y así, como si de un juego se tratase, los valores iban calando en aquellos que comenzaron siendo niños pero que poco a poco iban haciéndose mayores. Es así como van formándose personas, personas con una forma de ser y de pensar características y que no siempre están de acuerdo con los valores en los que intentan educárseles; van adquiriendo capacidad de decisión, saben lo que quieren y por qué y empiezan a luchar por lo que creen o quieren, que no siempre es lo correcto. Por eso no es fácil hacer ver a unos adolescentes que no van de viaje de estudios a Italia (por poner un ejemplo), puesto que hay compañeros que no se lo podrían permitir y en su lugar van a Madrid durante 4 días. Al final se lo pasan igual de bien (o mejor) y además van todos. Y eso es lo importante: todos.

Los padres apuestan por ese colegio, Ursulinas, por su proyecto educativo, por quiénes educan y por cómo educan. No buscan un colegio de referencia por sus instalaciones o por sus servicios, esa no es la prioridad. Quieren un colegio donde los profesores sean competentes, cercanos, se impliquen y se preocupen no sólo por su trabajo sino por sus alumnos. Buscan un lugar de confianza donde educar a sus hijos y acaban encontrando una segunda casa para ellos. Un lugar en el que no sólo se estudia, se hacen deberes, exámenes, donde se aprende, sino un lugar donde se hacen amigos, se pasa bien, se practica deporte en equipo, donde escuchas y te escuchan, donde se ríe, donde se llora, donde quieres y te quieren, al fin y al cabo un lugar donde conoces a personas importantes en tu vida con las que puedes contar para siempre.

Ese es el secreto: las personas, el grupo humano formado por gente muy distinta, con ideas distintas y formas de ser distintas pero con un denominador común y es éste el encanto Ursulino (la esencia). Una esencia que no sé cómo definir, ni cómo explicar qué es o cómo es o por qué forma parte de ti, por qué te define y por qué si dejara de existir perderías parte de de ti, incluso me atrevería a decir que dejarías de ser tú realmente. Y ese, ese es el encanto.

Ojalá todo siga igual. Ojalá los cambios que tengan que hacerse se hagan, renovarse está bien, pero que la esencia no se pierda. Sería una pena. Una segunda casa no puede cerrar sus puertas a su proyecto educativo, ese por el que tanto han, hemos, apostado, hemos defendido, hemos creído y creemos. Sería perder la huella de identidad de las Ursulinas, sería perder el encanto, la esencia; ojalá esa huella nunca se borre. Al menos, algunos como yo, como nosotros, nunca olvidaremos tantos momentos felices entres esas cuatro paredes; gracias.

Los de siempre y para siempre. Un achuchón fuerte.

Alba García Noriega, Gijón

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