Un historio de cómo sufrir si se quiere
Casi todos los días me levanto raro, hoy me ha dado por imitar a la moda política de despreciar el género y subrayar, más que la igualdad, la diferencia sexual, seguramente será porque me repele. Bueno, el caso es que voy así y ya se me empieza a calentar el cabezo porque no se cuál será el femenino de autobús, meto el tarjeto y busco mi asienta, la mujer de al lado me mira, debo de llevar los pelos o las pelas tipo Einstein pero en calvo, o calva, es por la vienta.
Miro por el ventanillo, amordazados y amordazadas, van como una rebaña, sin verse, se me cae la billeta al suela, me da vergüenzo intentar agacharme, acabaría rodando. Ya llego a mi parado, me hago el ágil o ágila y con una saltita y unas pasitas, sin trompiconas alcanzo la pasa, y espero a la semáfora. Creo que me estoy agotando, me apoyo en el pared y rebobino o bobina. ¡Basta!, yo soy un hombre, me gusta lo femenino en su sitio... el mejor, el más delicado, honroso, hermoso, gustoso, y todos los osos maravillosos. Como dicen los franceses: ¡Viva la diferenciaaaaa! Buf, ¡qué descansa!, nooooo.
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