Mi paso por el Conservatorio del Occidente de Asturias
Tras una conversación fortuita con una madre que iba a matricular a su niño, como yo a mi hija, en el primer curso del Conservatorio, y como quien no quiere la cosa, tomé la decisión de lanzarme yo mismo a una aventura que habría de llevarme a realizar una travesía de diez años a través de un inmenso océano de corcheas, tonalidades, arpegios, sonatas y fantasías. Como un Odiseo de nuestro tiempo, quedé fascinado por las melodías de ese mar infinito, en el que los obstáculos de mi camino no eran las sirenas y otros monstruos, sino mi escaso sentido del ritmo y las propias limitaciones inherentes al hecho de tener ya entonces más que cumplidos los 40 y no haber recibido en toda mi vida ningún tipo de educación musical, todo lo cual dificultaba notablemente los estudios en el Conservatorio. Pero asumí que las dificultades están para poder superarlas; de modo que con mi ilusión, ganas y esfuerzo, pero también con toda la paciencia, el apoyo, las muestras de ánimo, la profesionalidad y el interés del profesorado del COAS, pude seguir el ritmo de mis compañeros de viaje, niños cuando empezamos juntos el recorrido hace una década y ahora jóvenes que están a las puertas de la Universidad y tienen por delante un brillante futuro.
En lo que a mí respecta, como alumno adulto del COAS he podido completar una formación musical básica de la que, como señalé, no había disfrutado hasta entonces y que, sinceramente, creo que debería formar parte del currículo de la Enseñanza Secundaria en España con mucha más presencia de la que ha tenido en mi época de estudiante y de la que tiene actualmente, algo que extendería, dicho sea de paso, a la formación humanística en general. Pero además, como docente que soy, estos años han contribuido también a mi formación profesional en un sentido práctico, pues he tenido nuevas referencias con las cuales poder ampliar mi perspectiva de la educación, filtrándola a través de los distintos enfoques y estrategias adoptados por mis colegas; y es que he aprendido de todos mis profesores cuestiones que van más allá de los aspectos curriculares de las materias que impartía cada uno, observando desde una posición privilegiada cómo cada cual lograba atender de la mejor manera posible a las singularidades del alumnado. Debo decir que han sido más provechosas para mí estas referencias que la mayor parte de cursos y publicaciones de teóricos de la enseñanza que sin pisar el aula se empeñan en marcar una línea metodológica que ignora una realidad básica: que el actor principal de todo aprendizaje es el alumno, al que hay que motivar en la medida de lo posible y ayudar en sus dificultades, por supuesto, pero sin caer en el error de exigir al docente que haga unos juegos malabares que mantengan en movimiento a toda costa unos platillos que el alumno se niega en demasiadas ocasiones a girar, y todo ello para crear la ilusión de que se consiguen mayoritariamente unos resultados positivos, aunque esto sea tan solo ficción.
En cualquier caso, quiero, al finalizar este último curso de grado profesional, agradecer a todos y cada uno de los profesores y profesoras del COAS todo su buen hacer para ayudarme a avanzar en mi aventura. Lo hago de corazón: gracias a ellos disfruté, disfruto y seguiré disfrutando cada vez más de un lenguaje universal y de una disciplina tan extraordinaria en su sencillez y complejidad que ni siquiera los más grandes genios de la composición y la interpretación llegan a dominar. Puedo decir con orgullo que ahora ya siento que formo parte, aunque solo sea muy de refilón, del grupo de sabios a los que alude Píndaro en su primera oda olímpica.
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