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Mi querido profesor

18 de Agosto del 2010 - Heradio González Cano (Oviedo)

A la una de la tarde en la iglesia de San Pablo ovetense, funesto día 13, desde lejos, oyendo la santa misa luctuosa, me he encontrado serenamente emocionado, observando el féretro sencillo que contiene los restos mortales de mi querido profesor «De la Vallina», como le nombraban siempre sus alumnos... Las consoladoras oraciones y palabras del elocuente religioso oficiante, consoladoras humana y cristianamente, se confundían en mi cerebro con insospechadas reflexiones... Treinta años llevo, desde que dejé mi patria por una guerra civil ensangrentada, viviendo en la amorosa y cordial Vetusta, y ahora ante el cadáver de un ser querido, con nostalgia, en pocos segundos han pasado por la mente otros inolvidables profesores que fueron prestigio ejemplar, como el ahora yacente, en nuestra Universidad de Oviedo: don Luis Sela y Sampil, don José Pérez Montero, don Manuel Iglesias Cubría, don Luis Arias, como otros tantos anteriores a estas décadas, don José María Serrano, ídem.

Era el recuerdo. De 1961 a 1866 los estudiantes que de diversos países del otro lado del Atlántico llegamos a la madre patria, nos honramos con haber tenido el honor y dicha de ser alumnos de una pléyade de docentes universitarios que nos dieron el pan sabio de sus enseñanzas en el complejo y gran mundo de la ciencia del Derecho, las que tuvimos después el orgullo y honra de transportarlas a los pueblos de las tres Américas, a sus tribunales, facultades, universidades, etcétera. Donde la mayoría de los alumnos hispanoamericanos se establecieron provechosamente, representando u ocupando puestos de gran relevancia jurídica, social, política, económica y humana.

Entre los profesores referidos, faltaría más, estaba también de manera principal Juan Luis de la Vallina... Cómo no iba a estar, si como el otro querido profesor, que aún a sus 83 primaveras lúcido vive, el notable gijonés don Aurelio Menéndez y Menéndez, era «hueso»; los dos «huesos» duros de roer con nuestro juvenil cerebro.

Ahora, después de 45 años pasados de esa inolvidable, histórica efemérides, quién me iba a decir que asistiría a unos sepelios como éste de ahora, por inesperado más sentido. Todavía no hace dos meses nos saludamos y con cariño, como amigos, «hasta luego», nos dijimos... Sin presentar que era «hasta siempre»... Así, ante el silencio que nos deja una luctuosa misa al terminar, permite profesor-amigo Juan Luis, que en nombre propio y de tus ex alumnos de América que aún vivimos, transmita nuestro pesar a tu familia querida, a tus compañeros en el ayer y de la cátedra del Derecho Administrativo del que fuiste un excepcional profesor (Derecho que a estas alturas de las globalizaciones en todos los aspectos de la vida a escala familiar, regional, nacional e internacional, también se compare con el del prestigioso administrativista José Fernández Álvarez, con el visto bueno de mi erudito amigo Eduardo García de Enterría y don José Luis Villar Palasí, entre otros, en «Derecho Administrativo Turístico»), manifieste públicamente nuestro sincero y honro pesar, unido al de quienes han perfilado algo de tu abundosa biografía (LNE 13-08-10), Pedro de Silva, Leopoldo Tolivar Álvarez, Juan F. Casero Lambás, ilustre vallisoletano, y de manera especial la de José María Casielles Aguadé, quien te define de modo total: «Fue un hombre religioso, de ideas claras, valores firmes y amistad leal», como también amigo de la Catedral que humildemente soy. ¡Descansa en paz, Juan Luis!

Heradio González Cano

Oviedo

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