La pasión, el nuevo talento
Ahora que la EBAU protagoniza titulares y ocupa la cabecera de telediarios, los nervios y
la incertidumbre comienzan a aflorar entre los más jóvenes. Por ello, reivindico la necesidad
de que las nuevas generaciones se detengan un instante a reflexionar, a formularse
preguntas, aunque no sean capaces de hallar respuesta. Hoy reivindico que miren más
allá de las calificaciones, más allá de las posibles salidas profesionales. Que ahuyenten el
miedo y se atrevan a encontrar su razón de ser. El camino que tanto a su cabeza como a
su corazón les evoque emoción. En esencia, reivindico la consideración de la pasión
como talento.
En esta época del año, en los centros escolares y universidades habita el bullicio, miradas
de consuelo, la satisfacción de haber ganado una batalla… Pero desde mi punto de
vista, existe cierta frivolidad en dicha escena.
Cabe señalar, en la línea de lo narrado, una observación que mi padre acostumbra a
compartir conmigo: las personas somos cabeza, mano y corazón. La primera
característica alberga los pensamientos, ordenados y clasificados por esquemas mentales;
mientras que la segunda obedece a nuestros instintos más primarios y se manifiesta
a través de la conducta. Y por último, el corazón, esa parte tan vital como delicada
que da vida a millones de individuos.
Los humanistas definían su corriente psicológica como “el arte de ser uno mismo” (Riveros,
2014, p.144). Un movimiento que surgió en los años sesenta en USA tras sucesivos conflictos bélicos que marcaron el devenir de naciones de todo el mundo. Como protesta
ante el horror de una guerra, se le empezó a otorgar valor a lo artístico, a lo espiritual,
subjetivo, experiencial e individual. Voces que huían de la neurosis, es decir, del orden
socialmente establecido.
En este campo, destaco la figura de Abraham Maslow, autor del concepto llamado "autoactualización" o "autorrealización". Un canto a la autenticidad, a la responsabilidad persistente e incansable de descubrir nuestro “yo interior” como estrategia para alcanzar la felicidad. Un proceso mental en el que no deberían entrar en juego ni el dinero, ni el posicionamiento social, ni la facilidad para obtener un trabajo.
John Nash, matemático estadounidense, pronunció el siguiente discurso cuando recibió
el Premio Nobel Conmemorativo de Economía en el año 1994: “He buscado a través de lo
físico, lo metafísico, lo delirante… y vuelta a empezar. Y he hecho el descubrimiento
más importante de mi carrera, el más importante de mi vida. Solo en las misteriosas
ecuaciones del amor puede encontrarse alguna lógica”.
El amor, esa fuerza que nos empuja a levantarnos cada día, aunque nademos sobre terrenos pantanosos. Motor de la vocación, del verdadero esfuerzo. Así que cuando escucho
a la gente apoyar la decisión sobre su futuro únicamente en base a oportunidades
laborales, sueldo y prestigio social, me cuestiono si la pasión continúa iluminando centros
de trabajo y despertando mentes ansiosas por cambiar el mundo.
¿Estaremos infravalorando el valor de la pasión? ¿Realmente una calificación posee mayor
notoriedad? ¿Qué papel juegan las emociones en la elección de la profesión?
Como ya señalé al principio del artículo, formularse preguntas puede resultar más fructífero
que escribir una respuesta. Alimentar el pensamiento crítico, abogar por que el entusiasmo
predomine sobre lo seguro y que la conveniencia no envenene el anhelo.
Hoy reivindico la pasión como talento, como herramienta que estimula la razón y la emoción.
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