El error

26 de Junio del 2021 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Es evidente que de cualquier cosa, grande, pequeña, pesada, liviana, animal, vegetal, mineral, sólida, líquida, gaseosa...

¿Lo ven? Podría seguir con palabras definitorias hasta agotar el diccionario. Menudo rollo. Y eso con palabras. No es necesaria la imaginación, cae de cajón, para entender que, si las palabras están limitadas por las inventadas, las ideas carecen de límites, de manera que, desarrollando ideas, filosofando de cualquier cosa, hasta el infinito podría seguir con el rollito.

De ahí que, estando como estoy, aburrido, en este momento, me haya sentado aquí a escribir sin ninguna idea, sólo con la propuesta de una palabra, error, para desarrollarla.

Decía yo anteriormente que únicamente la naturaleza es infalible, bueno, para algunos, también el Papa cuando pronuncia una “solemne definición pontificia”, pero eso ya es una cuestión de fe y, claro, aunque estoy convencido de que nunca has visto un burro volar, si estás empeñado en que puede hacerlo, pues nada, los burros vuelan para ti.

Me estoy desviando. Que la naturaleza no yerra porque no puede hacerlo, un error suyo no prosperaría. Por muchos rayos que caigan sobre montones de escayos bien resecos nunca van a ocasionar una riada. Incendio o un carajo.

También decía en mi anterior que únicamente el ser humano puede errar, porque es el único que puede tener conciencia de ello, el resto de animales pueden tomar decisiones equivocadas, no erradas, puesto que carecen del juicio para valorarlas.

Véase una vez más la pasotería de la naturaleza, su total ignorancia e incapacidad para ejercer un mínimo de justicia. Si un animal, irracional, se entiende, comete un error, del que no es consciente, la, para mí, odiosa naturaleza, de tal manera está organizada que al infeliz inocente se lo hace pagar, de alguna manera, incluso con su vida.

El ser humano, que al fin y al cabo es un animal, puede errar de manera inconsciente, como lo hacen, por ejemplo, muchos afines a este malhadado Gobierno. Y puede hacerlo conscientemente en aras de satisfacer sus malsanas ambiciones, convirtiendo de este modo el error en un acto abominable que la antiparabólica naturaleza, como queda dicho no puede, ni la decepcionante evolución social, que sí podría, no castiga. Todo lo contrario, como evidencian, por ejemplo, los constantes desmanes y aberraciones impunes de este Gobierno.

Que ahí sigue.

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