Una extraña piedad
“He aquí este corazón que tanto ama a los hombres y, a cambio, solo recibe ingratitudes, indiferencia y escarnios”. Cualquiera que haya sido educado a los pechos del nacionalcatolicismo sabrá reproducir, palabra arriba o abajo, este mensaje recibido por Santa Margarita María de Alacoque, santa barroca del siglo XVII. Me dirán que Iván Redondo llega con una generación de retraso; pero, formado con los escolapios de San Sebastián, primero, y con los jesuitas de Deusto, después, no hay por qué suponerlo tan ajeno a esas devociones.
La puesta en escena, de la que Iván es incontestablemente el guionista, de un Pedro Sánchez ofreciendo a fondo perdido indultos, concordia y reencuentro encaja como un guante en la revelación de Alacoque: he aquí este corazón que tanto ama a Junqueras, a Rull y a Turull, a Forn y a Romeva, a los Jordis Sànchez y Cuixart que, a cambio, le pagan con ingratitud y escarnios. En efecto, los hombres del procés que ama el Presidente rivalizan en injurias y desacatos subrayados con un lenguaje corporal de lo más desenfadado: cortes de manga, peinetas e higas, más alguna figura propia de la cultura del pantumaca. Ni las bacantes de Eurípides se conducirían con tan contumaz frenesí.
“Al que te golpee en una mejilla, ofrécele también la otra”. De eso se encarga Gabriel, que para eso es Rufián: “¿Valentía o necesidad?”. “No habrá referéndum. Tampoco habría indultos. Danos tiempo”. Y Sánchez, evangélicamente impertérrito, ofrece una y otra vez la otra mejilla (debe de tener más caras que un sacu perres). No deja de sorprender que las asociaciones laicistas, que pleitean porque las iglesias siguen en manos de la Iglesia, no muestren ninguna alarma por esta recaída pública, reiterada y masiva, en los lugares comunes de la teología cristiana por parte del presidente del Gobierno de un Estado laico o, por lo menos, aconfesional. “Festival de una extraña piedad”: fue un obispo, el de Oviedo, el que dio con la etiqueta justa para esa nociva amalgama.
Aunque el guionista, Iván Redondo, para ser del todo coherente con una escenografía nacional católica, para la proclamación del jubileo de los secesionistas, en vez del Liceo, tenía que haber elegido el templo de la Sagrada Familia, con los bisbes de la tarraconense revestidos de pontifical.
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