Un himno sin letra
España fue un sistema hegemónico adherido a unos valores cerrados y quijotescos, con mala fama internacional. Pero “la epopeya española” no es comparable a las hordas de Atila o a los bárbaros más destructivos. Hubo planificación en el imperio, escuelas teológicas, filosóficas y jurídicas –como la Escuela de Salamanca–, exploradores y conquistadores que hicieron del Reino de Castilla, plural en sí mismo (leoneses, castellanos, vizcaínos, extremeños, andaluces, etc.), una nueva Roma. La leyenda negra, que nos tilda de saqueadores malvados y viles, no tiene en cuenta que España creó universidades allí donde instaló su dominio planetario, vías y rutas de comunicación, un abigarrado y barroco arte sincrético original, cultura y monumentos, civilización hidalga y de gente europea del sur que, por haber conocido el mestizaje durante siglos, tuvo una actuación bastante menos racista y segregadora que otros imperios o naciones europeas con fama de representar el espíritu del progreso, del comercio, de las libertades o la Ilustración. El imperio, algo que suena a falangismo trasnochado o a la postrera deriva de Gustavo Bueno, se sirvió de eminentes peritos en minas, cartógrafos, ingenieros, navegantes, médicos, naturalistas y botánicos, constructores de barcos y humanistas, que alumbraron los inicios de la etnografía, la antropología y la lingüística de los pueblos prehispánicos. Plagas víricas diezmaron a los indígenas, pero también España dio lugar a defensores de los indios tan nobles y pioneros de los derechos humanos como Bartolomé de las Casas, Fray Montesinos o Vasco de Quiroga. En la historia de España no consta ningún racista Gobineau, Francisco de Vitoria sentará las bases del Derecho internacional, así como Vázquez de Menchaca. Ambos serán referentes de Hugo Gracia. Domingo de Soto también cuestionará la conquista. España, la nación de Feijoo, Ramón y Cajal, Severo Ochoa, José Manuel Sánchez Ron, F. Mayor Zaragoza. España circunnavegó el globo, exploró las amplísimas llanuras norteamericanas, el suroeste norteamericano, los Mares del Sur, el Amazonas. El Virreinato de Nueva España y del Perú fueron motivo de orgullo y riquísimos. Santos místicos como Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola aportaron espiritualidad. Generacionistas, orteguianos e ilustrados socializantes aportaron europeísmo, letras y ciencias, institucionismo.
España, antaño impregnada de cerrazón y estigma inquisitorial, hoy plenamente acoplada a la civilización global, ya no es glorias de Lepanto, “Santos inocentes” de Delibes y mundos de sabañones y trabajo infantil. Como mucho, somos “Corte Inglés” y triunfos deportivos, fútbol.
La iconoclastia hispanofóbica, con su derribo de estatuas colombinas y conquistadores fundadores, es la identificación del pasado hispánico con opresión y horror. Las películas de Hollywood denigran el poder español imperial como algo pérfido y cruel, cuando España legó originales patrimonios de la humanidad, ciudades coloniales, costumbres y cultura. La España guay es maná europeo de fondos de recuperación anti-covid-19, La Cañada Real y el Madrid ayusiano, progresos e índice de desarrollo humano alto. El cuerpo de Cervantes no aparece, la cabeza decapitada de Gaya, tampoco. Nuestro panteón de personajes ilustres, a medio completar. Castelares y socialdemócratas siempre quisieron equidad y despensa, carreteras, hospitales y educación avanzada, democracia. España ya no es un país abismal de sangre y arena, “El Lute”, sambenitos, pelagra y achicoria. De milicianos, caciques y exaltados fascistas con correaje. Es un país europeo con muchos españoles de sentimientos ambivalentes hacia su identidad nacional, con unos jóvenes muy preparados y sin demasiadas oportunidades de tener un proyecto de vida decente. Una gran y bella patria mejorable.
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