Difícil de entender
Estoy jubilado de la enseñanza pública, tras más de cuarenta años pasados por institutos públicos en Asturias y Madrid. He tenido siete adolescentes en familia, y hoy seis nietos. Muy bien ahora podría callarme y seguir viviendo de mi jubilación. Han cambiado mucho las cosas. Pero no tanto. Veía que mis adolescentes me hablaban de modo diferente al que hablan con sus compañeros. Esto me parecía lógico: respetaban la edad. Pero me llama ahora la atención el que hoy me encuentre con personas mayores que se miran muy bien con quién están a la hora de hablar, por ejemplo, del feminismo. Me parece que esto no ocurría antes. Pero tal vez mejor sea así, o yo esté muy equivocado. Pero, de todos modos, lo mejor es que ahora me vaya a lo mío.
Hace unos años desde la orientación a nuestros adolescentes, teníamos en cuenta el psicoanálisis, que tenía en cuenta las tensiones, conflictos, estados de ánimo, inconformismos o preocupación por la identidad de nuestros y nuestras adolescentes. También atendíamos a la teoría sociológica, que nos explicaba la incorporación de valores, creencias y papeles o roles vigentes en la sociedad. Me recordarán algunos que hoy también se recurre a la neurología, para distinguir bien entre el desarrollo propio de la pubertad y la el desarrollo del concepto de sí mismo e identidad, propios de la adolescencia.
Creo que tanto en los institutos como en la familia, sobre todo, he respetado tanto las excepciones como las normalidades. Siempre he visto que el o la adolescente son tan necesarios para los padres como los padres para ellos. Ellos y ellas han cambiado mi vida y el sentido de mi vocación, hasta han enriquecido mi pobreza. Ellos, por otra parte, me necesitan. Y si alguien lo duda, se lo pueden preguntar. Y es lo que, creo, les pasa a todos los padres y madres. En la adolescencia siempre los necesitan, aunque sea para a quién demandar con esa seguridad que necesitan. La comprensión, el aguante, la palabra o el silencio siempre les serán necesarios e importantes. Educar es sacar lo mejor de los que nuestros y nuestras adolescentes llevan dentro. No lo duden.
Y yendo ahora al proyecto de ley, este me parece un desatino. En una edad con tanta inseguridad y tan emotiva (en los institutos es manifiesta la tristeza de los y las adolescentes cuyos padres están en proceso de separación o divorcio), ¿se puede prescindir del consentimiento y de la tutela de los padres, abandonándolos a su suerte, a la hora de decidir lo referente a su decisiva identidad sexual? Agradezco a la señora Varcárcel su valentía y sus palabras: “Sé lo que es el sexo; pero eso otro (el género), no sé lo que significa. No puedo opinar” (LA NUEVA ESPAÑA, 8-O7-21).
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