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La escucha, un arte que facilita la buena convivencia

24 de Julio del 2021 - Carmen González Casal

Como aquellas extraordinarias miniaturas hechas a conciencia, en variadísima gama de colores y añadidos de oro y plata del Liber Testamentorum que se conserva en nuestra catedral de Oviedo, la convivencia diaria es una labor minuciosa, un arte en toda regla. Una buena convivencia no surge espontáneamente sino que se trabaja con mimo, con detalle. “La convivencia es un trabajo costoso de comprensión y generosidad constantes, en donde no se puede bajar la guardia” –comenta el psiquiatra Enrique Rojas.

Efectivamente, convivir no es fácil. Supone aplicar muchos conocimientos que hagan andadero el camino de la relación con los demás que cada día emprendemos. Sendero al que es imposible renunciar, porque la vida es una convivencia continua. Los otros siempre están presentes en nuestro cada día. Si esa relación es fluida, si se gestiona desde el respeto y está abierta a un diálogo que aporta, si la actitud hacia los demás es positiva, esos encuentros en torno a un café o por motivos de trabajo, familia o aficiones compartidas, se convierten en auténticos oasis.

Sumario: De la necesidad de una actitud activa y positiva en nuestra relación con los otros

Destacado: La escucha es una cátedra desde la que se aprende a conocer mejor a quien tenemos delante, a sentir como propio lo que los otros sienten

La policromía de la buena convivencia es tal que sería imposible ceñirme al espacio del que dispongo. Quiero, por tanto, centrarme en un arte menor –no por ello menos importante–, el de la escucha activa. Parto de un hecho evidente: nacemos con dos orejas y una boca, como si nuestra misma fisiología mostrase que debemos escuchar el doble de lo que hablamos. Plutarco, el ilustre filosofo moralista griego, ya decía en los años 50 de nuestra era, que para saber hablar es preciso saber escuchar.

Según la RAE escuchar significa “prestar atención a lo que se oye”. Aparentemente parece sencillo, sin embargo, quizá por nuestro carácter mediterráneo, es frecuente que hablemos a la vez sin enterarnos de lo que oímos o que interrumpamos, bien por prisa –un mal de nuestro tiempo– o porque nos guste llevar la voz cantante, mal endémico de la, a veces ególatra, naturaleza humana. Atención es pararse. Es mirar con cariño y mostrar interés, al hilo de la conversación. Es respetar y valorar a la persona que me habla, aprendiendo de sus valores o de su modo de hacer. Es también saber interpretar un silencio, que manifiesta a gritos cualquier necesidad, o ese lenguaje que se verbaliza en un gesto, una postura, un movimiento nervioso que nos alerta sin hacer ruido.

La escucha es una cátedra desde la que se aprende a conocer mejor a quien tenemos delante, a sentir como propio lo que los otros sienten, a observar y, fruto de tanta información, estrechar lazos fuertes y duraderos, dando en la diana, tanto en los consejos que nos demanden como en las medidas que tengamos que afrontar para mejorar cualquier situación. Practicar la escucha mejora cualquier relación, no solo en el ámbito personal o familiar, sino también en el profesional o empresarial. Quien en su trabajo se siente escuchado activamente por sus jefes rendirá más porque trabajará a gusto, en un clima alentador y de confianza. El Papa Francisco, en el contexto de la Jornada de las Comunicaciones Sociales de 2018, llega a afirmar que “el mejor antídoto ante el mal de la falsedad son las personas dispuestas a escuchar: la verdad emerge a través de la fatiga de un diálogo sincero”.

Estos meses de verano, donde posiblemente nos reencontremos con amigos o parientes que hace tiempo que no vemos, pueden ser una excelente ocasión para practicar esta escucha que se ejerce desde el corazón y que tanto nos ayuda a acortar distancias.

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