La tranquilidad de Juan Luis de la Vallina
Nunca un adiós ha tenido la significación real como en esta despedida. Porque es a Dios y a su lado adonde va. Lugar que siempre ha procurado tener reservado y para el que estoy seguro de que ya tenía facturado su equipaje.
Me consta, porque mis encuentros con él, aunque pocos, fueron intensos. Una vuelta desde Madrid a Oviedo en coche, tras el debate de la moción de Hernández Mancha, sirvió para aprender en cualquier caso y confirmar en algunos mi visión del mundo «de tejas hacia arriba». Su orden de prioridades en la vida las tenía sabiamente ordenadas, lo que hacía que, unidas a su reciedumbre y a su «tranquilidad» derivada de su extensa formación espiritual, hicieron las veces de un «airbag» estando a mi lado durante el tiempo en el que duró el retorno.
Unos años antes, ya había tenido la ocasión –fugaz en ese caso– de conocerlo junto a Isidro Fernández Rozada y a Noel Zapico, cuando yo decidí unirme a Alianza Popular, por la sencilla razón de estar tan desencantado de la izquierda como actualmente lo está y narra Andrew Anthony en su libro «El despertar de un izquierdista de toda la vida». Posteriormente, ya tuvimos algún que otro encuentro más, en unión de su buen amigo de Mieres Pepe.
Sirvan estas cortas líneas, que si lo son en «metraje», espero no así en el «mensaje», como mi modesto homenaje de agradecimiento. Ahora me quedo con su recuerdo, con sus consejos, con su ejemplo y con su ayuda, que seguro seguirá prestando desde el lugar para el que tenía preparado siempre el equipaje. Porque desde allí no dejará de acordarse de Asturias ni de los asturianos.
Y yo, acompañar a su familia en estos momentos duros y unirme junto con todos sus amigos a «reivindicar» el derecho que creemos que tiene a disfrutar de la felicidad eterna, después de haber pasado por este mundo, al que Santa Teresa de Jesús ya definió en su tiempo como «una mala noche, en una mala posada». Algo que Juan Luis tenía muy claro.
Adiós, don Juan Luis de la Vallina Velarde.
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