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De ultramar el consejo

19 de Julio del 2021 - Julio L. Bueno de las Heras

En su sección dedicada a la exportación de talentos, LA NUEVA ESPAÑA viene recogiendo percepciones, reflexiones, datos y sugerencias -en suma-, clases extracurriculares desinteresadamente impartidas por asturianos que tuvieron y aprovecharon bien sus oportunidades. Oportunidades que les salieron al camino -o que se buscaron con buen olfato- para permutar con éxito su nicho ecológico, en tierra tan guapina y entrañable como languideciente, por horizontes lejanos, poblados de retos y oportunidades aquí infrecuentes, si no imposibles.

Esta modalidad de crónica periodística viene también a reproducir -en otro tiempo, modo y dimensión- el contraste, estimulante y/o deprimente -no pocas veces caricaturesco- entre la luminosa y colorista estampa del indiano cosmopolita, triunfante y referente, y la foto en ocre del paisanín rumiando carencias, anhelos y ensoñaciones entre sebes y nublados.

La entrevista de la pasada semana es particularmente densa e invita a reflexionar sobre ciertos consabidos: que España puede ser el mejor sitio del mundo para vivir si uno no conoce otra cosa, que Asturias viene fracasando desde hace años por haber dedicado más atención al tendido de redes clientelares que a la confección de un tejido propicio a sucesivas transiciones sociales y tecnológicas, y que, mientras que hay lenguas que abren puertas, hay hablas que te confinan en la antojana de casa. Pero, además -y más por conformación que por deformación profesional-, me ha llamado la atención que experimentados hombres de mundo consideren que un factor decisivo en la sempiterna crisis de nuestro sistema universitario se deba, de entrada, a la necesidad de cambiar radicalmente su “estructura de gobernanza”, previo a un compromiso contractual de cumplimiento de objetivos cuantificables tanto en transmisión como en creación de conocimiento. Al parecer, es más a la dirección y ordenación universitaria, y no a otras acechanzas que por aquí solemos referir en memorias y discursos, lo que algunos observadores perciben desde fuera como claves de nuestros tan frecuentemente abortados despegues, en el contexto de una crisis más dentro de la sistémica y sempiterna crisis institucional hispana (me refiero al peligroso mix entre deterioro y contaminación de la enseñanza básica, ausencia de consensuada política estatal de Educación, Ciencia, Investigación y Tecnología, transferencias alienantes, falta de recursos, impermeabilidad endogámica, dispersión y masificación de algunos estudios).

Sumario: Sobre la sempiterna crisis de la institución universitaria

Destacado: Cuando leí que una clave previa para esa regeneración debería ser que el rector de la Universidad fuese designado por Consejo Social y no elegido por la propia institución me vinieron a la memoria demonios familiares

Cuando leí que una clave previa sine qua non para esa regeneración debería ser que el rector de la Universidad fuese designado por Consejo Social y no elegido por la propia institución (“sistema absurdo que solo lleva al desastre”) me vinieron a la memoria demonios familiares, añosas vivencias y emergentes afanes, y no sé bien si me subió o me bajó la tensión crepuscular. Iba a lanzarme tan precipitada como osadamente a tratar de escribir un colateral de la “Novela Ácida Universitaria” de Sosa Wagner cuando, al releer la mencionada entrevista, acabo de dar con la palabra clave en este conflictivo punto; más concretamente, con el artículo clave: nuestro colega asturiano, en dulce, fértil y voluntario exilio norteamericano, no dijo –o al menos así consta en letra impresa– “Rector nombrado por el Consejo Social”, sino “Rector nombrado por un Consejo Social”. Yo ahí lo dejo.

TESIS a modo de COROLARIOS:

Primero. No solo el Plan de Bolonia ha sido un quiero y no puedo más en nuestra errática política de fragmentarias, inconexas y frustrantes/frustradas importaciones universitarias. O sea, que es utópico tratar de trasponer modos de una University –Veritas et Virtus– sin hacerlo con sus contrafuertes; que es ilusorio pretender trasplantar Pittsburg sin hacerlo con Pensilvania y alrededores en la misma maceta.

Segundo. No parece mucho progreso –aunque quizá si sea progresismo– propiciar, ya de forma institucionalizada, que el sectarismo político también pueda emponzoñar con sus sinuosos quelíceros uno de los pocos ámbitos donde aún parece correr algo de aire limpio: la alma mater universitaria.

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