La mentalidad de judío converso del español
CUARTO CENTENARIO DEL ESTEBANILLO LA SUPERVIVENCIA Y LA CREENCIA EN EL DESTINO PILAR DEL PENSAMIENTO IDEOLÓGICO DE LOS CONVERSOS ESPAÑOLES
Hombre de muchos oficios pobre seguro. El pícaro ha de hacer de tripas corazón y afrontar las intercadencias y caprichos de la fortuna con longanimidad y entereza. El Estebanillo, hombre de buen humor, afrontó todos: soldado de los tercios viejos, marino de cubierta y galeoto, pinche de cocina, ranchero, barbero, esquilador, aguador, mozo de espuelas, vivandero, paje de un obispo, cohen o padre de mancebía en Milán, mercachifle de abalorios y abanillos, capador y buhonero en Barcelona, donde estuvo condenado a muerte, acusado de un crimen que no cometió.
Lo salva de la horca en el último instante la absolutoria del Cardenal Infante, el hermano del rey Felipe IV, al que servía Esteban cuando este fue enviado a sofocar el levantamiento de los catalanes.
Frente a la noción cristiana de la caridad ferviente y el amor al prójimo, los conversos se desenvuelven en medio de un pesimismo cínico basado en una relación personal con Jehová sin intermediarios.
Lo cual deriva en el misticismo ortodoxo de Santa Teresa, Juan de la Cruz y Malón de Chaide; y el heterodoxo de Miguel de Molinos o los erasmistas.
Esto es un ojo en el cielo y otro en el suelo. Ellos coacervaron el pensamiento mesiánico entre nosotros del catolicismo que surge de Trento (Ignacio de Loyola, Suárez, la escuela de Salamanca sobre el derecho de gentes, Las Casas...), uniéndose sin excesivo entusiasmo a la causa imperial, pero están ahí con el Rey con la utopía de un solo dios, un solo altar, un solo trono y una única Iglesia.
Las grandes novelas picarescas, aparte de una crítica al mundo religioso legado de los godos de los cristianos viejos, ofrecen su aspecto anónimo por haber sido escritas por clérigos por temor a la Inquisición. Pero están ahí siguiendo las banderas luchando contra Lutero y abriendo las puertas de un mundo nuevo.
En el capítulo quinto refiere un lance que a mí me ha dado que pensar bastante sobre las conveniencias e inconveniencias del Holocausto. Resulta que llega a la ciudad de Rouen el personaje y acude a la sinagoga de los portugueses. Asegura traer consigo las cenizas milagrosas de unos antepasados suyos que fueron quemados por la Inquisición. Atribuye a la virtud de tales reliquias haber salido indemne de un naufragio cuando navegaban aguas del estrecho de Gibraltar en medio de una gran borrasca.
Toda la audiencia de los judíos portugueses se conmueve. “Dios de Israel te dé infinita gloria, pues mereciste corona de mártir”, exclama el rabino, al tiempo que le entrega una bolsa con veinte ducados y un salvoconducto para ir a París. Las cenizas de sus abuelos eran falsas. Estebanillo por fuera se aflige. Por dentro se descojona y afirma:
-Me despedí de ellos alegre de haber salido tan bien de gente que siempre engañan y jamás se dejan engañar.
La apuntación tiene su miga, pero resume la creencia de vida del converso: el engaño y el timo como método para medrar en medio de una sociedad hostil. Y yo me pregunto: ¿no nos estarán vendiendo la burra mal capada con internet, la democracia, las redes, los medios de comunicación, los lavados de cerebro y el monotema obsesivo del Holocausto?
Al Estebanillo lo molieron a golpes sus amos por alguna de sus bribonadas, pero le perdonaron la vida. Él odiaba el derramamiento de sangre como buen judío. “Jamás quebranté el quinto mandamiento. El séptimo, no mentir, muchas veces”. Por eso combate el papanatismo español que hace que España sea un país dulce para extranjeros y agrio y difícil para los nacidos aquí. He aquí que puede ser, al igual que la Iglesia católica, madrastra de sus propios hijos. Cargar en España para descargar en Flandes fue el significado de las guerras en los Países Bajos que dejaron exhaustas nuestras arcas para defender al Papa. “Desdeñan los españoles y tienen en poco lo mucho bueno de su patria, mientras beben los vientos por las baratijas que les llegan allende los Pirineos". Los buhoneros franceses venían a Madrid mercando alfileres, abanillos y abalorios que decían ser de plata. De plata, sí, de lo que cagó la gata.
Todo esto, sin embargo, lo explico más in extenso en mi libro “Andrés Laguna escribió el Lazarillo de Tormes”.
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