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Imposibilidad de total virtuosidad

22 de Julio del 2021 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Pues no tengo más que hacer que pensar en hacer algo. Y en eso estoy desde hace un ratito.

He desayunado. Le he dado una galleta a la gaviota... Sí, ya sé, ya sé. Espero que los aplicantes de la ley tengan algo mejor que hacer que buscarme para multarme.

Es que no puedo evitarlo. Soy un virtuoso de condición, no de obligación. Cumplo las ordenanzas sin conocerlas. Y, conscientemente, jamás se me ocurre joderle la paciencia a nadie.

Porque, aún siendo respetuosos con la ley, o las normas de convivencia, como quieran llamarlo, hay mucha gente que resulta, digamos, un tanto fastidiosita. Por ejemplo.-

Tengo plaza de garaje y trastero, ¡pero jamás! he depositado desechos en las papeleras que, al efecto, hay en el local. Ni que decir tiene que, si algún desperdicio ocasiono, aunque sea un simple papelito, no lo tiro en la calle, si voy caminando lo llevo en la mano hasta la próxima papelera y, si voy en el coche, a la bolsita, para, en su momento, echarlo ¡en el correspondiente contenedor público de basura!

Me viene esto a la cabeza porque, siendo uno de esos carajos que dieron pie a la ley de Murphy, cuando ayer he llamado al administrador para recordarle que ya le tocaba a mi relevo la presidencia de la comunidad garajera, me he encontrado, cómo no, con que la gaita del covid me iba a estar tocando los timbales hasta quién sabe cuándo. Como no me gusta prolongar las conversaciones estériles, no le comenté lo bastante que me jodía el tener que, por lo menos una vez a la semana, recoger todos los desperdicios que los usuarios, no incumplidores de la normativa pero mucho menos virtuosos que yo, echaban en las papeleras, amén de, esto ya fuera de norma, creo, algún colillero de vez en cuando.

Puede que mencione la cuestión a modo de excusa. Seguramente que los que echan la basura en las papeleras del garaje no alimenten ninguna gaviota, pero, como no se puede ser perfecto, pues yo he confesado mi imperfección.

Es que soy muy sensible con los animales. Pareciera, y seguramente es así, que lo soy mucho menos con las personas. Lo justifico diciéndome que socorro a quien no me ofrece ninguna duda sobre su necesidad e incapacidad para cubrir sus mínimas necesidades.

Así que me asomo a la ventana para chequear el tiempo y, ¡coño!, se me presenta la gaviota y se pone a decirme ella sabrá qué, y no puedo negarme a adivinar. De manera que, como ya tengo en la mesa las galletas para el desayuno, se la parto en trozos mientras le recuerdo que debe respetarme los dedos y, bueno... Es tremenda, muestra una voracidad que acongoja.

Y, oye, que, como ya he llenado este ratito impensao, pues chao pescao.

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