El silencio de la Iglesia
Es desconcertante constatar el silencio de los representantes de la Iglesia española y de la Santa Sede ante los desafíos y amenazas que vuelven a inquietar la paz de la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, un lugar declarado canónicamente como sagrado. Si ya ante la exhumación de los restos mortales de quienes allí recibieron sepultura cualquier cristiano congruentemente a su doctrina hubiera esperado la frontal resistencia de quienes están obligados a hacer valer los tratados firmados por el Estado español con la Santa Sede en 1979 y, por ende, la inviolabilidad de los lugares sagrados, no podría ahora sino aguardar un posicionamiento formal de las autoridades eclesiásticas ante lo que el anteproyecto de ley de memoria democrática denomina eufemísticamente "resignificación" del lugar, que no significa otra cosa que la desacralización de la basílica, la exclaustración de la comunidad benedictina asentada en la abadía y la demolición de la propia cruz, un acto que, más allá de dar rienda suelta a su profesada iconoclastia, simbolizaría el rechazo que este Gobierno siente hacia las creencias y los valores cristianos.
Y es que el señalado silencio no puede ser más atronador cuando los españoles ya evidenciamos cómo nuestra Conferencia Episcopal supo pronunciarse públicamente en temas de calado político que en nada le concernían; como hizo su portavoz, el obispo auxiliar de Valladolid, en el caso de los indultos dictados a favor de los condenados por el golpe separatista perpetrado en Cataluña. Lo hizo, entonces, hablándonos de perdón y misericordia, loables sentimientos cristianos que, sin embargo, no esgrime ahora en defensa de la comunidad benedictina de la abadía del Valle de los Caídos, cuyos miembros se verán ultrajados en su condición de custodios de un sagrado lugar cuya inviolabilidad fue y seguirá siendo vulnerada por las injustas decisiones de este Gobierno.
Vivimos tiempos convulsos y difíciles para los católicos españoles. Tiempos en los que las nuevas generaciones se apartan del sentir cristiano cuando observan cómo quienes rigen actualmente la Iglesia española no son capaces de abandonar su habitual inclinación a adoptar posturas temerosas y acomplejadas frente a un Gobierno de sesgo claramente laicista que atenta contra los sentimientos religiosos. Como la gran mayoría de los españoles, los jóvenes no pueden entender cómo se pretende vestir la injusticia y la iniquidad bajo el manto del perdón oportuno y la misericordia interesada. Ni tampoco los silencios cómplices cuando se está anunciando una nueva exclaustración de una comunidad religiosa, la desacralización de un lugar sagrado y la premeditada demolición de la cruz. Abandonando, de esta forma, su posición de ser verdaderos testigos de Cristo y sin importar las consecuencias que pudieran derivarse de tan privilegiada misión.
Tantos precedentes se están ya acumulando en el debe de la Conferencia Episcopal Española que cualquier nueva medida atentatoria contra los sentimientos cristianos que se pretenda adoptar por el Gobierno ya es acogida por los fieles con cierta resignación y manifiesto desencanto, sin saber qué hacer ni qué decir, dispersos como ovejas sin pastor. Y no es una buena noticia, considerando lo que está aún por venir.
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