¡No la toques!
Yo creo que a todos nos ha pasado alguna vez. A mí, por ejemplo, con la sopa de marisco. Me meto dos cucharadas y en voz alta: Coño, qué buena está.
La mujer: Sí, sí. Está muy buena.
Yo: Oye, yo creo que pelín más picante...
La mujer: ¡No la toques! ¡Que la echas a perder!
Pero yo, que a veces actúo como un ser humano convencional, cojo el pimentón, le doy un toque y, mientras la mujer reburdia, sigo sorbiendo con gesto impenetrable, deseando acabar, para ponerme con la merluza y justificar el largo trago de El Gaiteru que me alivie el resquemor de la lengua.
En casos como el mío con la sopa, pues, oye, al fin y al cabo, yo me lo estropeo y yo me lo calo, pero cuando se trata de creaciones dirigidas al público, debiera existir alguna ley que prohibiera tratar de mejorar las obras de arte, de la índole que sean.
Por ejemplo. Hace muchísimos años que no oigo a Raphael, me resulta insoportable, pero hace más de cincuenta años me encantaba, y "Yo soy aquel", tal como lo interpretó en Eurovisión, lo sentí como una obra de arte. Como lo seguí sintiendo en posteriores ocasiones en que se lo oí cantar tal cual, hasta que, en mala hora, como muestra de su flagrante estupidez, se puso a añadirle criminales florituras. Hasta ahí llegó, para mí, Raphael.
¿Se imaginan que a Da Vinci se le ocurriera repetir La Gioconda con solapas y un girasol en el ojal? Vamos, directamente al paredón.
Vi, para mi deleite, la serie, completita, desde luego, por nada me hubiera perdido ni un solo fotograma, de "El profesor T", ¡buenísima! Los actores no eran buenos, eran lo siguiente, todo. Bueno, pues, hace unos días, no recuerdo dónde, vi que reaparecía la serie. Salté como un resorte hacia la tele.
¡Coño de su...! Qué frustración y qué cabreo. Mismo guion con diferentes actores. Para mí que todos los involucrados debieran estar presos.
Coño, cristianu, si la pegaste, no quieras rizar el rizu y deja tranquilu el chorizu.
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