Un salto de altura
No, no me estoy refiriendo a una de las pruebas que suscitan más interés en los Juegos Olímpicos, ya que en cada edición todos los especialistas intentan superar un récord del mundo que parece imbatible, que fue establecido por el atleta cubano Javier Sotomayor en 1993 con un salto de 2,45 m. Una altura que nada tiene que ver con la de las vallas fronterizas situadas entre Melilla y Marruecos, que los inmigrantes tienen que superar, arriesgando sus vidas. Unas vallas que, además de la altura, están repletas de todos tipo de "trampas" para dificultar la escalada.
Estos días, coincidiendo con la inauguración de la Olimpiada de Tokio, cientos de "atletas del Tercer Mundo" han logrado superar una valla de 6 metros, estableciendo un nuevo récord, aunque bien es verdad que, en el tramo elegido, no había ni concertinas ni "peines invertidos", por lo que no es seguro que dicho registro se acabe homologando.
En cualquier caso no deja de ser una heroicidad deportiva, que, aunque no sea reconocida por los correspondientes comités, ha tenido una repercusión social extraordinaria, copando titulares informativos en todos los medios de comunicación, no tanto por lo que puede significar de prodigio deportivo como por el hecho de que se haya hecho burlando la vigilancia, y de que solo se hayan producido, afortunadamente, algunos heridos leves, lo que también es noticia.
Una noticia que habría que celebrar por todo lo alto, dándoles, por su salto, la acogida que se merecen.
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