Los ZUS de Francia
En España poca gente conoce lo que en Francia llaman ZUS, zona urbana sensible. Los galos denominan así a esos barrios en las afueras de las ciudades donde la Policía ya no puede entrar sin que se desaten fuertes tensiones, para entendernos, algo parecido al barrio de las Tres Mil Viviendas de Sevilla. Barrios sucios, degradados, abandonados a su suerte, donde el paro, el trapicheo de drogas y el desarraigo social son caldo de cultivo de vagos y delincuentes. Como en España y en buena parte de Occidente, miles de esas personas viven de los salarios sociales y parasitan los servicios públicos, pues no aportan nada a ellos. En Francia las bolsas de marginalidad son gigantescas, hasta se habla ya de "ciudades perdidas", perdidas para la ley, perdidas para la convivencia y perdidas para la quimera del intercambio cultural. Chavales con capucha y gafas de sol que trabajan a sueldo para los traficantes de droga se encargan de vigilar la entrada a esos barrios, sus calles y sus esquinas, como en La Línea de la Concepción, pero a lo grande. El fracaso absoluto de la integración social no es una opinión subjetiva, cualquiera que se atreva a entrar en esos barrios de Francia lo puede ver con sus propios ojos. Marsella es la guinda del pastel, en pugna por el liderato de la marginalidad con los barrios de las afueras de París. En los años cincuenta empezaron a llegar magrebíes a la ciudad pero, tras la independencia de Argelia en 1962 llegaron muchísimos más. Ni Marsella ni otras ciudades de Francia estaban preparadas para acoger tal cantidad de personas en tan poco tiempo, y mucho menos para integrarlos en la sociedad civil francesa. Desde el principio hubo problemas de integración y mis amigos franceses ya me contaban hace mucho tiempo cómo primero entraban un montón de personas a residir en una vivienda, haciendo la vida imposible al resto de vecinos de la comunidad, y así se iban haciendo con edificios enteros y con sus bajos comerciales, por los que luego no pagaban nada y casi siempre acababan destrozados; así se construyeron las ZUS en las ciudades francesas. Marsella ya es la ciudad más islamizada de Europa, allí han proliferado las mezquitas clandestinas, las "mosquées des caves", como las conocen los musulmanes, donde imanes radicales enseñan lo que les da la gana, porque las autoridades francesas no tienen ningún control sobre ellos. Ahora está en proyecto construir una mezquita con capacidad para 2.500 personas con un minarete de 25 metros de altura desde el que se llamará a los fieles, y a los no fieles, al rezo. El crimen organizado se ha asociado con el islamismo radical y la Policía francesa ha acuñado el término "islamo-mafioso" para definir a los clanes de la droga. Todo se resume en dos palabras: fracaso absoluto. "La gente vota a Marine Le Pen porque está harta de tantos inmigrantes, no podemos acoger más", dice un taxista marsellés. La ultraderecha tiene en Marsella un buen nicho de votos, pero, aunque en la política nacional los socialistas en Francia ya pintan muy poco, sobreviven en los gobiernos locales de algunas zonas de Francia con el apoyo de otros aliados de izquierda. El alcalde de Marsella, Benoît Payan, del PSF, ya ve las orejas al lobo, pero que no se frote las manos la ultraderecha, dentro de no mucho tiempo los musulmanes serán mayoría en Marsella, y en otras ciudades de Francia, pues su tasa de natalidad quintuplica al menos a la del resto de la población. Todas las formaciones políticas se hundirán en el mismo pozo. El FN apoya el "ruido de sables" de los generales franceses y ahora los cándidos, por no utilizar otros calificativos, ven, estupefactos, cómo se han equivocado muy gravemente. "No hay trabajo, ni siquiera para nosotros, ya no es como hace veinte años, no podemos acoger más gente", se lamenta otro marsellés. La República, con los pechos al aire enarbolando la bandera, y "La Marsellesa", el himno de la nación, con todo lo que significaban, se disuelven como un azucarillo en las ZUS de Francia. En una de sus profecías, Nostradamus habla de la islamización de Europa, eso no es algo científico, pero a veces los adivinos y los profetas aciertan. Es el fin de la civilización occidental vivido en directo. Cuando en 1998, en plena guerra, analizábamos lo que había sucedido durante los decenios anteriores en Kosovo no nos tomaron en serio, craso error.
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