1984: Regreso al futuro
Todo aquel que haya leído "1984" en tiempos menos convulsos, cuando se creía que había razones para la confianza y la esperanza, sin duda que experimentará una repugnante sensación de promiscuidad incestuosa si se reencuentra ahora con tan patéticas páginas. Lo que entonces podría parecer una distópica, grisácea y mortecina ficción ha dejado de ser profecía de amenazas fantasma para convertirse en un riesgo más que posible, altamente probable si algún milagro no nos salva del síndrome de rebaño que tan eficazmente nos viene haciendo inmunes a la percepción de los abusos del poder, que no así a sus consecuencias etológicas y genéticas.
Mientras que concedemos a una panda de sectarios la potestad de prohibir toda manifestación fuera del Nuevo Dogma, de censurar nuestras creencias, nuestras lecturas, nuestros comentarios en las redes y nuestra dieta proteica; mientras que se tolere que se nieguen -no digo a criticar, sino a reconocer- la evidencia de las dictaduras de la propia ideología y que pretendan reescribir la Historia a su criterio y conveniencia - mientras todo esto sucede-, nuestro inefable ministro de universidades (todo con minúscula, por favor) añade otro motivo de sobresalto con la apariencia de ser otra sesuda babayada más: No solo considera los suspensos como “injustos y elitistas” (supongo que además de patriarcales, clasistas, fascistas, odiadores, poco sostenibles y menos resilientes), sino que condena el empoderamiento de la memoria autónoma cuando todo lo que hay que saber ya está en internet y “tiene corta vida”.
No “cabalgan contradicciones”, ni mucho menos; nos montan a nosotros.
Algo huele a podrido bajo la piel del toro, pero -por lo visto- solo debemos preocuparnos si sus ventosidades pudieran alterar el clima climático.
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