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Oferta, demanda y colaboración

4 de Agosto del 2021 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Hemos visto batir el récord de España a Peleteiro, y poco después a Rojas batir el récord del mundo. Hemos visto la exultante alegría de las dos en colaboración, pues entrenan juntas. Y es que el interés particular de uno, no está reñido con la colaboración para el bien general junto al otro. ¿Qué hemos malinterpretado en Adam Smith con nuestra economía actual? Rojas y Peleteiro, como otros muchos deportistas en los JJ OO, iban a colaborar entre sí para sacar su mejor marca y tener el orgullo de mejorar. Pero también el orgullo de haber estado entre las mejores: así es como Lotte Miller se fue hacia Claire Michel y le dijo: "Eres una luchadora", cuando esta se desplomó llorando al llegar la última: no estaba compitiendo, estaba más que colaborando, estaba animando para la próxima.

"Una retribución generosa del trabajo estimula la reproducción e incrementa la laboriosidad de la gente del pueblo. Los salarios son el estímulo de la laboriosidad, que como cualquier otra cualidad humana mejora en proporción al estímulo que recibe. Una manutención abundante incrementa la fuerza corporal del trabajador y la esperanza de mejorar su condición y de acabar sus días con desahogo y tranquilidad le animan a utilizar su fuerza hasta el máximo." (Adam Smith). Tras dos siglos y medio: ¿es preciso cuidar al cliente o atornillarle? El caso es que cuando una persona demanda algo, en la mayoría de las ocasiones no es una necesidad real, sino estimulada por quien hace la oferta y por la sociedad. Más complicado queda el establecer el valor real de esa oferta. Para muchos está claro: si hay mucha demanda de algo y hay escasez de oferta: el valor será alto. Por tanto se ha de vigilar cuánta debe ser la oferta y cuanto el gasto que se ha de hacer en estimular la demanda. Lo hacían muy bien en un restaurante que conocí hace tiempo: al mediodía daban menús de platos sencillos bien elaborados a un precio asequible, y a la noche y los fines de semana, cuando la gente iba con otro tempo, servían bocados exquisitos a precios muy poco asequibles. Los camareros y los cocineros eran los mismos, el trato y el servicio igual. Digamos que al mediodía colaboraban con la gente dando la oportunidad de probar su oferta, y por la noche y los fines de semana competían en calidad con otros restaurantes. Pero... ¿y el cliente?, ¿qué ocurre con él? El cliente debe ser libre, apreciar su verdadera necesidad, valorar qué demanda y por qué lo demanda, colaborar y comprender que: si no lo demanda, el precio caerá. Lo sabían bien los tratantes catalanes cuando se confabulaban para comprar al final de la feria, cuando ya el pequeño ganadero de aquí se tenía que volver a casa y tendría que pagar al transportista del ganado.

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