Las cosas «sin»
La esencia de las cosas parece estar ahora en desprenderse de sus esencias. Las gafas no son ya para ver, sino para lucir. Un reloj ya no sirve para saber la hora, sino para que sepan que vas al ritmo del tiempo. La ropa interior ya no está para ocultarse, sino para mostrarse. Un tirante ya no es para sujetar, sino para sugerir. No compramos un coche, sino un estatus. No bebemos un cava, sino el glamour de unas burbujas. Y una gota de perfume, a precio de barril de petróleo, condensa en su olor un modo de tratar de ser, un empeño en fascinar y un sueño de seducir.
Todo se ha convertido en escaparate y lo que cuenta no es la sustancia, sino la apariencia. Lo decisivo no está en lo que se tiene, sino en lo se da a entender. La clave no está en la particularidad del producto, sino en la referencia que incorpora. Un producto es una marca; una marca, un logo, y un logo, una idea que, al fin, es la que nos hacemos la ilusión de adquirir. Lucimos etiquetas de marcas como un precio que se ha transformado en valor. No compramos lo que el producto ofrece, sino lo que la marca inspira. No buscamos un objeto, sino una estética. No adquirimos un artículo, sino un modo de ser. No elegimos una marca, sino construir un estilo de nuestro yo. No vamos a la compra, sino a por una ilusión de vida. No buscamos satisfacer necesidades, sino a hacernos partícipes de una experiencia de vida.
Entre lo que ahora nos seduce están las cosas «sin». Cuando teníamos poco, lo queríamos todo «con». Y mientras más tenemos, lo queremos todo «sin». Cerveza sin alcohol, refrescos sin azúcar, alimentos sin calorías... A todo hay que quitarle impurezas y la nueva adicción es desprenderse de aditivos. A este paso veremos la cerveza sin cerveza, la sidra sin sidra, los alimentos sin alimentos. Sólo queremos cosas «sin» y a base de tantas cosas «sin» corremos el riesgo de que quitemos del todo el «con».
A base de tanto «sin», corremos el riesgo de que lleguemos a estar sin nada, sin nadie, sin nosotros mismos. A base de que nos digan cómo tenemos que estar, podemos olvidar cómo tendríamos que ser. A base de imbuirnos de realidad, llevamos camino de convertirlo todo en ficción. A base de hacernos consumidores, hay el peligro de que dejemos de ser personas. Y un día de éstos, sin alcohol, sin aditivos, sin calorías... igual acabamos por convertirnos en seres «sin». Es decir, sin ser nada. Aunque tengamos de todo.
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