El hermano lobo

15 de Agosto del 2021 - José Martín Lanchas (Gijón)

En mi libro "Remembranzas de un adolescente rural" refiero varias historias reales sobre lobos. Cuento varias pero aquí solo les resumo lo siguiente:

Yo tenía 10 años y como es natural a esa edad a las 11 de la mañana estaba en la escuela. En mi casa éramos ocho, seis hermanos y mis padres. Mi padre estaba fuera del pueblo trabajando en el monte, su oficio era hacer traviesas para la vía del tren. Un trabajo horrible en aquellos tiempos por su rudeza. Estábamos todos en silencio escuchando al maestro cuando oí que alguien abría la puerta. Todos giramos la cabeza como un resorte. Era mi madre con los ojos llorosos y un barreño al cuadril. Se le acercó el maestro, D. Manuel, para ver qué quería. "Vete, que te llama tu madre”, me dijo. Yo fui preocupado sin saber qué pasaba. "Hijo, vente conmigo, que ha avisado el vaquero que el lobo nos ha matado el churro cano". El churro cano tenía año y medio camino de ser un gran eral. En aquellos años cincuenta valdría unas 5.000 pesetas, un dineral. Mi padre, aparte de su trabajo, solía criar todos los años dos o tres terneros para ayudar a la economía familiar. Llegamos a la dehesa, una finca pública donde pastaban las vacas de todos los vecinos. El vaquero, el tío Bruno, ya nos esperaba a la entrada. Nos llevó hasta el lugar del delito. Allí, en una mañana de invierno, con una helada blanquecina, en una vaguada estaba el cuerpo del delito. El maldito, o malditos, depredador seguro que estaría durmiendo la enorme panzada o atracón que se había dado. Yo no lloré, pero ante aquella horrible carnicería les juré odio eterno a los cartagineses. Mi madre, sí, ella no cesó de llorar. El pobre animal estaba destrozado; las fieras se habían comido todas las vísceras y parte del cuello. Aún me parece verlo; tenía la lengua fuera y todo el cuarto trasero manchado de heces diarreicas; el miedo antes de morir produce estos efectos evacuatorios. Los tiempos no estaban para el despilfarro. Mi madre iba provista de un gran barreño y un cuchillo de los que se usaban en las matanzas. Con mi poca ayuda y la del vaquero cortamos trozos de carne de las zonas que estaban más respetadas hasta que se llenó el barreño hasta los topes. Mi madre se colocó la rodilla protectora en la cabeza y el tío Bruno le ayudó a subir el barreño. Al llegar a la plaza mi madre me dijo: "¡Hala, tú vete a la escuela, hijo!, que ahora ya me arreglo sola".

Por entonces no había neveras, ni congeladores; mi padre hizo con la carne lo mismo que hacía cuando las matanzas con los jamones: enterrarla en sal. Allí estaba alrededor de un mes y después ya se podía sacar y poner a secar. La atrocidad de aquel malvado lobo nos hizo comer carne en abundancia. Pero yo oí que mi padre murmuraba: "Este año ya se nos fueron las ganancias". Yo había ido con mi padre a la feria a comprar aquel becerrito. De eso se trataba, de comprarlo de seis meses y venderlo de dos años y obtener unas pesetas de ganancia.

Me sorprende ahora la polémica servida sobre lobos sí o lobos no, oír hablar de lobos a quien siquiera ha pisado un bosque ni se ha manchado con excrementos de cuadra. Un iluso ignorante decía que las aldeas se iban a llenar de gente para avistar (?) lobos; ¡oh, milagro, la solución para la despoblación! Lo malo es que a estos ecologistas de moqueta y sofá les ponen un micrófono delante y hasta hablan… No solo nos mataron las ganancias de un año, nos mataron una ilusión, un animal que yo había visto crecer desde pequeño, el churro cano.

Por los años sesenta yo ya era talludito y estábamos de caza por la sierra de Gata; era un día de invierno, de mucho frío y niebla. Yo y mi otro compañero llevábamos las escopetas al hombro y las manos a buen recaudo en los bolsillos. Avanzábamos por un cortafuegos y de sopetón se nos presenta un lobo con todo su descaro a unos 15 metros; en lo que nos armamos se ocultó entre la espesura de las jaras y no lo vimos más. Aquella misma noche en una majada cercana ese lobo feroz, o algún pariente cercano, hizo una escabechina de las habituales. Nunca maldije lo suficiente mi molicie por haber llevado la escopeta en bandolera en vez de llevarla en prevengan.

Por aquellos años había muchos lobos; muchos malditos y asquerosos lobos. Les hablo de la sierra de Gata. Había bicheros que vivían de eso, con lazos, con cepos, con postas y escudriñando las parideras vigilando a las hembras grávidas. Matar a un depredador adulto estaba muy bien pagado por los ayuntamientos y por los ganaderos. Y atrapar una manada de lobeznos solucionaba el problema a una familia durante unos meses. En aquellos tiempos todo el mundo tenía claro qué era lo prioritario. En un bar del humilde burgo se exhibían las fotos de numerosos lobos abatidos en diferentes años. Y les aseguro que aquellos humildes vecinos no eran unos sádicos perversos. Ahora a los perversos depredadores les han salido unos mentecatos defensores. A mí me contaron que en el sur de Francia si aparecía un lobo un conciliábulo popular no cesaba hasta darle caza. Quizá la Unión Europea es para lo que nos quiere: para ser la reserva de toda la basura que pueda poblar el erial que el hombre está abandonando en los pueblos.

El lobo no entierra las sobras de la pitanza como hace el zorro, pero vuelve al lugar del crimen cuando tiene hambre. Eso lo sabe cualquier cazador avezado. Aquel a los cinco o seis días, al aguardo, pagó caro su fechoría.

Entonces se mataron muchos lobos y se exhibían en la plaza pública y no por eso se acabó la especie. Ahora es esta especie y el oso y los jabalíes los que hacen la vida imposible a los pobres habitantes rurales, los pocos que quedan ya. El lobo y el oso les matan los animales domésticos, y los jabalíes les destrozan las praderas y los sembrados con tanto sudor cultivados. Ahora el perseguido es el hombre, por las bestias y por los desgobernantes.

Quien recorra el campo comprobará que en nuestros bosques ya no queda más que basura: osos, lobos, zorros, jinetas, turones, meloncillos, gatos monteses y jabalíes a montones. Ya no quedan insectívoros, ni conejos, ni perdices; hasta los lagartos y culebras han desaparecido presas de tanto depredador. Y se me olvidaba hablar de la multitud de aves rapaces y buitreras a patadas; los buitres no tienen comida; no hay comida para tanto bicho y ahora se comen los terneros según la vaca va expulsando la cría por la vulva, y a veces hasta a la propia vaca.

El señor Rodríguez de la Fuente engañó a muchos ilusos a los que hizo creer, con lobos criados en casa a biberón, que este depredador insaciable es el hermano lobo de San Francisco.

Luego quieren repoblar el campo, el medio rural. Obligarán a los ganaderos a usar métodos expeditivos: postas, lazos, cepos, venenos. No les dejan otra salida. ¡Al tiempo!

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