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El tesoro de la hospitalidad

25 de Agosto del 2021 - Carmen González Casal

En pleno confinamiento me llegó al wasap un “SOS” pidiendo alimentos para los desayunos a indigentes de las Siervas de Jesús, las monjas de la calle Uría, las que cuando eran más jóvenes se dedicaban a cuidar enfermos por la noche. No pude menos que involucrarme. Ahí me encontré con un grupo de voluntarios –la mayoría mujeres– que acuden de lunes a viernes de 7.30 a 9.30 de la mañana durante todo el año.

Este desinteresado servicio consiste en preparar un buen bocadillo, un brick de leche cuando toca, yogures, galletas o dulces para cada uno de los 120 pobres que desfilan por allí, cuidando escrupulosamente las medidas previstas en materia de coronavirus. Se trata de una enorme cadena de generosidad promovida por la Madre Milagros, donde empresas de alimentación donan productos en buenas condiciones y personas anónimas regalan generosamente su tiempo para ir a buscar la mercancía, prepararla y dársela a esas más de 100 almas que diariamente acuden a llenar su bolsa para desayunar ellos y, en la mayoría de los casos, sus hijos. Y lo hacen con una sonrisa, interesándose por la persona, por su historia, por su situación, aunque no puedan resolverla de fondo, cosa más propia de los gobiernos y sus políticas, insuficientes en este sentido. Sirvan estas letras de pequeño homenaje a todas estas personas con nombre y apellidos.

SUMARIO: La necesidad de cultivar una virtud que corre el riesgo de desaparecer

DESTACADO: Quien ha hecho el Camino sabe que es una escuela de hospitalidad y Oviedo está en su origen, por lo que cada vez más peregrinos nos visitan

Acercarme a esta realidad me llevó a pensar en una virtud que corre el riesgo de desaparecer, me refiero a la hospitalidad. En tiempos de pandemia, acostumbrados a las “burbujas sociales”, sin besos ni abrazos; en una sociedad individualista donde cada quien suele ir a su bola en una desaforada búsqueda del bienestar personal, es importante poner el foco en esta servicial acogida para no deshumanizarnos. Todos somos en algún momento anfitriones y huéspedes, y necesitamos practicar la hospitalidad no solo con los forasteros, también con los amigos, los vecinos –cada vez más desconocidos–, los que pasan por la calle, con una visita inesperada, un anciano desvalido o con el que requiere ser escuchado. No digamos con quien visita Oviedo y duda dónde comer porque Google no le da seguridad. Quien ha hecho el Camino sabe que es una escuela de hospitalidad y Oviedo está en su origen, por lo que cada vez más peregrinos nos visitan brindándonos la posibilidad de entrenarnos en la acogida.

En la tradición griega la hospitalidad llegó a ser tan importante que lo propio del huésped era convertirse en amigo. Homero en "La Odisea" lo refleja en uno de los regresos de Ulises a Ítaca. No digamos la tradición judeocristiana donde una de las leyes recogidas en el "Deuteronomio" es la de “acogerás al extranjero, al huérfano y a la viuda”, culminando el evangelio con las obras de misericordia, donde “dar de comer al hambriento, beber al sediento y posada al peregrino” encabezan los primeros puestos.

La hospitalidad aparece en los planes de estudio de las Escuelas de Turismo y es valorada en la hotelería con el fin de satisfacer las necesidades del turista o del consumidor. Sin embargo, ser expertos en recibir y cuidar es tarea de todos y debería nacer espontáneamente del corazón, haciéndose visible en la actitud amable y acogedora del que no pasa de largo y se interesa, haciéndose cargo de la necesidad ajena mientras dibuja en su gesto una sonrisa.

Jean Anthelme Brillat-Saverín escribió en su "Fisiología del gusto" –el primer tratado sobre gastronomía– que “convidar a alguno es hacerse cargo de su felicidad todo el tiempo que se halla bajo nuestro techo”. ¡Buena cosa, asumir la felicidad de otros recibiéndolos con los brazos abiertos! Mejor aún ofrecer una cervecita fresca en un ambiente acogedor o cocinar con amor –¿por qué no?– para luego disfrutar de una nutrida sobremesa en agradable conversación. Gestos así reparan los ánimos, cargan las pilas, nos ayudan a subir las cuestas, a sortear los vericuetos del camino de la vida.

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