Las mayegas
Actualmente proliferan la representación de “mayegas” en el occidente de Asturias: los Oscos, San Tirso de Abres, etc.
Quiero con estas líneas hacer un aparte viviente de estos acontecimientos “antiguos”, vividos por mí hace 75 o más años. Soy testigo, por mi edad, de todo lo que ocurría en esos tiempos durante las labores del campo.
En primer lugar, estas labores las hacían por necesidad, obligación para conseguir trigo y centeno para el sustento de las familias que formaban los pueblos rurales de estas zonas. La escanda no se cultivaba en la zona occidental, sino que era más típica de la parte central de Asturias: Grado, Las Regueras, Quirós, Teverga, etc.
Desde mi infancia, viví estos y otros trabajos relativos a la labranza y ganadería de mi pueblo natal, San Martín de Oscos.
El trigo y el centeno se sembraban en el otoño y su desarrollo final duraba hasta junio-julio. Era un cultivo que una vez sembrado no necesitaba cuidados específicos. Solo estaba pendiente del tiempo atmosférico.
Al llegar su madurez, en julio, se segaba de forma manual con la foceta, aunque el nombre común de los Oscos era la fouce. Era un trabajo duro y muy esclavo, puesto que se hacía a pleno sol, ya que la humedad lo perjudicaba.
Se formaban las gavillas o “gavelas”, que se ataban con la misma planta formando un grupo, no muy grueso, denominado “venceyo”. para que quedase bien sujeto y no se deshiciera el atado, se utilizaba un trozo de madera, de unos 30 o 40 centímetros de largo, terminado en punta roma, que recibía el nombre de “garrote”, llamado así porque con él se hacían unos movimientos que tenían como objeto apretar la gavilla dejándola bien sujeta con una especie de lazada, recordando con sus movimientos los del garrote vil. De ahí su nombre. Dichas gavillas, en mi pueblo y creo que en los demás, se les llamaba “maollos”.
Como cosa curiosa diré que 40 “maollos” en época de buena cosecha daban, una vez separado el grano de la paja, lo que se denominaba una “fanega” de grano que, si mal no me acuerdo, estaba formada por 4 “ferrados”. Otra medida equivalente a la fanega eran 8 “tegos”. La fanega de grano pesaba, aproximadamente, 50 kilogramos.
Una vez terminada la siega de la finca y todos los “maollos” debidamente atados, se juntaban en montones de 12 o 15 y se hacían los “morocos”, que eran una especie de pirámide con la espiga hacia arriba y, sobre todos ellos, se ponía un “maollo” cubriendo los demás que se conocía con el nombre de capelo o caperuzo.
Así estaban unos cuantos días en la finca hasta que se terminaban las restantes. La siega se realizaba ayudándose unos a otros. Si bien, había personas que se dedicaban en estas y en otras labores, cobrando una pequeña “soldada” o jornal y la comida, por supuesto.
A continuación, los “maollos” o gavillas eran trasladados en carros que, tirados por vacas, los llevaban a un punto cercano a la casa llamada “el eira” y se procedía a colocarlos con gran maestría en un montón en forma de pera, que recibía el nombre de “meda”, en el cual no entraba el agua en caso de lluvia, ya que era importantísimo evitar la humedad en los granos del trigo o centeno.
Así terminaba la faena de recolección, para continuar con el desgranado en la “mayega”.
Aprovechando los mejores días de sol, se procedía a “mallar” con las máquinas correspondientes. Estos aparatos estaban formados por un motor de gasolina, una desgranadora y la limpiadora.
Los motores que yo conocí eran potentes y de fabricación extranjera. Recuerdo la marca de uno de ellos, motor “Líster”. La trilladora estaba fabricada en Vitoria y su marca era “Ajuria”. La limpiadora trabajaba manualmente movida con una manivela que hacía funcionar todo el proceso de la limpieza del grano.
Para toda esta faena de la “mayega” se necesitaban muchas personas, tanto hombres como mujeres. Unos, con labores específicas, y otras, las mujeres, con otras que les eran propias y destinadas en exclusiva.
A veces, se utilizaban a los de 14 y 15 años y más, para que fuesen aprendiendo a realizar tales tareas. Estos chavales se encargaban de tirar los “maollos” de la meda al suelo, cercano a la máquina desgranadora. Seguidamente, un hombre los subía a la mesa de la máquina ya desatados por otra persona que le ayudaba, y el “maquinista” era el encargado de introducir en la máquina, de una manera suave, con el fin de no atascar el cilindro que hacía la separación del grano de la paja.
La paja, ya sin grano, salía por la parte delantera y recogida por dos o tres mujeres, turnándose entre sí. Este trabajo era duro, a causa de la rapidez con que se hacía, el calor y el polvo que se desprendía de la máquina. Se cubrían la boca y la nariz con un pañuelo que les servía para filtrar el aire y respirar mejor.
La paja, una vez sacudida por las mujeres, generalmente jóvenes, la colocaban en una vara larga de avellano o de abedul que sujetaba un chico, también joven, y cuando tenían un montón considerable de paja, o colocaba al hombro ayudado por otro compañero que estaba esperando su turno para el siguiente montón.
Esta paja era llevada a un lugar cercano a la casa donde se amontonaba, formando lo que se conoce con el nombre de “payeiro”, que, con una maestría especial, iban realizando dos hombres.
El grano que se caía debajo de la máquina lo extendían por el “eira” entre dos personas, en un espacio más o menos amplio, y otras dos mujeres expertas en ello, utilizando unas ramas de árbol con mucho follaje a la que llamaban “cuañadoiras” porque el trabajo que realizaban se conocía con el nombre de “cuañar”. El objetivo de esta labor era retirar las cápsulas que rodeaban al grano y pequeñas pajas que se mezclaban con el mismo.
A la vez que se realizaba esta limpieza, otros dos hombres, con una herramienta especial hecha de madera, juntaban el grano en un montón. Otro hombre lo llenaba en una cesta grande de mimbre y lo llevaba a la limpiadora, máquina que funcionaba manualmente.
En esta máquina se limpiaba el grano con el viento producido por unas grandes aspas. Por una parte de la misma, salía el grano ya limpio totalmente, y por la parte de atrás, las impurezas que traía, que se conocían con el nombre de “puxa”. Para esta labor se necesitaban cuatro personas: una, la que movía el manubrio que hacía funcionar la máquina (trabajo bastante duro). Otra, ayudada por un palo, evitaba que no se atascase el grano en el hueco que tenía la tolva y pasase a las cribas. Luego, una tercera persona, generalmente mujer, cogía el grano con un recipiente para meterlo en un saco. Este saco necesitaba estar abierto para facilitar la entrada del grano en el mismo. Del sostenimiento del saco se encargaba generalmente un niño más o menos joven.
Una vez lleno el saco de grano, era transportado a hombros por un hombre hasta el lugar donde guardaba el grano. El almacenamiento se hacía en unas arcas grandes de madera, llamadas “huchas”, que, generalmente, estaban colocadas en los desvanes de las casas.
Las mayegas en los pueblos eran consideradas labores muy importantes, puesto que culminaba la labor de todo un año desde que se sembraba el trigo o el centeno en octubre hasta julio o agosto, que se recogía. Estos cereales proporcionaban el pan a la familia y a su vez, cuando la cosecha era abundante, poder vender parte de ella y así obtener algún ingreso con el que cubrían otros gastos.
La mayega era una de las faenas más importantes del agricultor. Era un día de mucho trabajo, pero día de alegría, ya que los vecinos colaboraban unos con otros en el desarrollo del trabajo.
Se comenzaba temprano la labor. Por supuesto, era necesario que el día fuese soleado y sin humedad ambiental con el fin de que grano fuese recogido lo más seco posible para evitar su pérdida a causa de la humedad.
Como dije antes, se comenzaba a trabajar a las 6 o 7 de la mañana (hora solar). Se recibían a las personas que iban a participar en estas labores con una copa de orujo y un buen trozo de pan. Sobre las 10 de la mañana se desayunaba a base de patatas guisadas con bacalao, regadas con vino y el correspondiente pan. Luego, sobre las 12 del mediodía (hoy serían las 2 de la tarde) se procedía a realizar la comida, que consistía en cocido de berzas o navizas, o bien sopa de pollo casero o gallina. Como segundo plato, cordero, cabrito o conejo, exquisitamente cocinados.
Postres a base de arroz con leche, mantecadas, fritos de harina con huevo, etcétera. Por supuesto, todo ello regado con un buen vino, café, copa de coñac y, a veces, puros o farias.
Algunas mayegas era necesario terminarlas por la tarde, debido a la cantidad de cosecha que había. Entonces se merendaba o cenaba abundantemente a base de tortillas de “ropa vieja” (plato exquisito), completando el menú con empanadas, lacón cocido o asado, etcétera.
Se prolongaban las cenas con animadas tertulias tomando café y copas con una gran armonía. Se solía también jugar a la baraja. Siendo el “tute” el más practicado.
Espero que a las personas mayores que lean esta narración les ayude a recordar estos retazos de su vida en el campo y a los jóvenes, que no vivieron estos tiempos ya pasados, les ayude a reconocer los esfuerzos y trabajos de los antepasados del campo.
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