Los herederos de la desgracia
Algunos se quejan porque, en algunas partes, tienen que pagar impuestos si heredan un patrimonio, pero hay un país donde casi todos sus ciudadanos, todos menos un puñado de tiranos corruptos, heredan cuando nacen la desgracia, y toda su vida pagarán por ella. No eres nadie si no tienes miles de seguidores en las redes sociales y nadie se acuerda de tu país si no sales en los periódicos o en los telediarios. Mientras cientos de miles de personas siguen los sesudos consejos de la sobrina de la Pantoja y los medios informativos nos sirven estos días la tragedia de Afganistán, bien trufada con las mentiras de los políticos, ya nadie se acuerda de Haití. Han tenido mala suerte los haitianos, muy mala suerte, por enésima vez. Cuando el mundo ya estaba poco pendiente del terremoto que, en nueva entrega, dejó miles de muertos y decenas de miles de heridos y personas sin hogar, llegan los talibán a Kabul y la OTAN tiene que sacar hacia España, aprisa y corriendo, a sus colaboradores, entre los que no se sabe sin vendrán muchos yihadistas, pues no hay ningún control sobre los rescatados. El terremoto que asoló Haití en enero de 2010 provocó 316.000 muertos, 350.000 heridos y que más de millón y medio de personas se quedaron sin hogar, así que, dentro de su desgracia, los haitianos han tenido esta vez suerte, permítame usted el asqueroso sarcasmo. En aquella ocasión Haití sí salió en los periódicos y en los telediarios, al menos durante un par de semanas, y gobiernos y ONG movilizaron grandes recursos para ayudar a los haitianos. Pasados unos pocos meses Haití seguía totalmente destruida, el cólera hacía estragos en los departamentos del país y todos los que habían ido a ayudar, cuando Haití era noticia, se habían ido, solo se quedó la Brigada Médica Cubana.
Haití, que comparte la isla La Española con República Dominicana, es, si se puede poner algo de optimismo a esto, un Estado latinoamericano (en este caso está bien empleado el adjetivo) no iberoamericano, pues en el país se habla el francés y el criollo haitiano, dos lenguas romances, pero ni español ni portugués. No voy a contar la historia de Haití en estas líneas, la historia de la desgracia de los esclavos y de sus herederos, de los dictadores y sus padrinos, de las decenas de golpes de Estado, solo recordar a los que ven las estupideces que les cuenta la televisión comiendo patatas fritas tranquilamente en su sofá que Haití existe y que allí hay millones de desgraciados, los más desgraciados de América, sin futuro, sin miedo, sin esperanza. La esperanza es lo penúltimo que se pierde, como saben bien los haitianos. Hasta con las frases hechas nos mienten aquí. Ya no lloran los haitianos, se les han acabado las lágrimas con la última ración de frijoles. Las revoluciones, la francesa, la bolchevique y cualquier otra, menos las de diseño, no las hacen las ideas, las hacen los estómagos y en Haití hay ahora mucha hambre. Quién sabe, el día menos pensado quizá haya una revolución en Haití y entonces el país volverá a salir en los informativos buscando una coartada para “salvarlos” y para decirnos los que no nos dijeron nada de los Tonton Mucute (hombre del saco, en español) que los revolucionarios son unos dictadores, como en otras partes. Quizá un día yo pueda comer con los haitianos un bacalao a la criolla en Puerto Príncipe y brindar en camaradería con ponche criollo, la vida y el mundo dan muchas vueltas. Quizá algún día los haitianos dejen de ser los herederos de la desgracia.
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