Verano en Tapia de Casariego
Ser niño en Tapia de Casariego es muy, muy difícil, al menos en verano. Yo me llamo Alberto y soy un niño. Tanto mi hermano como yo sabemos de qué hablamos.
Las personas adultas pasaron dos meses hablando del mal tiempo, pero Guille y yo tardamos en ponernos nuestros impermeables marineros, con lo que nos gusta hacerlo. Poder vestir esos chubasqueros con las botas de goma significa jugar a piratas en una caja de cartón que utilizamos como barco, calzarnos las katiuskas y con el catalejo vigilar si llueve más o menos, para pescar peces de mentira en los charcos, o chapotear sobre ellos. Solo pudimos hacerlo tres días. El resto del verano tuvimos que ir a la playa; una playa llena de bígaros y llámparas donde yo estoy aprendiendo a coger olas. Si eres niño o niña y pasas el verano en Tapia, cada día tienes que ir a la playa. Además, tienes que saber a qué hora ir, aprender los colores de las banderas, bañarte, hacer castillos y pozos en la arena.
Cada jueves, en una carpa que han colocado junto al parque, viene una señora que dice que se llama Emma y que es bibliotecaria y lee cuatro o cinco cuentos. Mi hermano y yo sabemos perfectamente que es un hada, porque cuando regresamos a casa siempre hay alguien nuevo durmiendo en nuestra habitación: Brunilda y Bruno, el capitán Cagurcias o el monstruo Guillermino. ¡Nuestra habitación ya no da para más! Los sábados, talleres creativos con Cris (hada madrina, también, aunque Guille y yo hacemos como que no lo sabemos). Si no fuera un hada no podría enseñarnos a hacer corazones y peces de sal y harina, o a escribir los símbolos celtas, o a desliar las cuerdas del monstruo de las emociones. Aunque Guille y yo lo sabemos, nunca comentamos nada. ¡Ah! Y no he hablado de Fernando (es un ser mágico, también, pero no sabemos de qué tipo). Si él no está en la carpa, nada funciona.
No es por asustaros, pero también fuimos a un concierto de una magnífica banda escocesa (eso es lo que dijeron los adultos). Un festival de gaitas, un festival de talentos, teatro de reciclaje, pasear por el puerto con marea baja para ver estrellas de mar y anémonas, respetar cangrejos, meter los que encontramos muertos en formol, ver cada noche el erizo que se acerca a nuestra casa... Es agotador. Y aún nos queda bajar a la playa con linternas por la noche, subir al campanario de la iglesia y Agromar (esto no sabemos lo que es, pero suena tremendo).
Si eres niña o niño, no vengas a pasar el verano a Tapia. No pararás en todo el día. Solo quieren que te diviertas. Guille y yo ya no tenemos escapatoria.
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