Leyes de Memoria vs. Archivos Históricos
Es tal la abrumadora avalancha de acontecimientos desgraciados que se nos está viniendo encima que no salimos de una y ya estamos entrando en diez peores, por lo que se pierde la cuenta y el recuerdo, facilitando a nuestros solícitos pastores la desinteresada labor de encarrilarnos memoria, entendimiento y voluntad al dictado de los más recientes cánones del apacentamiento.
Hace años que el Archivo Histórico de Salamanca entró en crisis existencial toda vez que su patrimonio documental ha sido hipotecado y buena parte de él directamente expoliado como moneda de cambio o de pago de extorsión. Y lo ha sido con la complicidad de quienes –si bien con distinto grado de convicción y ensañamiento– deberían haberlo respetado y cuidado con la responsabilidad que, ante la Historia y ante el pueblo español –único heredero titular de sus propias hazañas y miserias–, confiere el haber sido elegidos para gobernar para todos, según legítima ideología depurada democráticamente pero no con ilegítimo sectarismo partidista. El problema de fondo es que hoy buena parte de ese pueblo español capaz de heroicidades episódicas está/estamos haciendo oposiciones aceleradas –más por dejación que por convicción– a sesteante rebaño, con vocación de inmunidad solo a determinadas formas de pandemia y no a nuestros recidivantes pandemonios familiares.
Al parecer, tras episodios de deslealtad, saqueo y sentencias burladas, este Archivo tiene sus días contados entre las muchas dolosas cesiones al secesionismo catalán en la “mesa del diálogo”. Tiemble también el Archivo de Simancas ante eventuales exigencias del marxismo indigenista –todo se andará– y estremézcanse el resto de nuestros archivos patrimoniales ante las emergentes exigencias de las taifas que van engrosando la cola.
Ciertamente, ¿para qué queremos pruebas documentales de nuestros verdaderos antecedentes históricos si la memoria de ellos nos la van a escribir y reescribir actualizada desde ensoñaciones, obsesiones o trasnochadas vindicaciones propias de totalitarismos ideológicos, sean personalistas, dizquedemocráticos, nacionalistas o globalistas? La realidad no es muy original que digamos: todo esto está escrito por Orwell, heredero más documentado y preciso que Nostradamus. La única diferencia es que en sus amargas profecías no deja demasiadas rendijas para la esperanza.
Sin embargo, en este asunto sí hay héroes defendiendo nuestros intereses comunes, héroes capaces de contribuir decisivamente a reponer las cosas en su justo lugar, ¿les vamos a dejar solos?
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