Releyendo magníficas obras
Recordatorio. Se dice, y es cierto al ciento por ciento, que siempre detrás de un gran hombre hay una gran mujer.
Avanzada la media tarde de ayer ya casi oscurecido recomenzamos, por tercera vez, a releer «Cien años de soledad». Su autor, Gabriel García Márquez, manifestó que esa historia «me estuvo dando vueltas en la cabeza unos diecisiete años. Pero no encontraba el tono que me la hiciera creíble a mí mismo. Un día, yendo para Acapulco con Mercedes y los niños, tuve la revelación: debía contar la historia como mi abuela contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre para conocer el hielo... Sin Mercedes no habría llegado a escribir el libro. Ella se hizo cargo de la situación. Yo había comprado meses atrás un automóvil. Lo empeñé y le di a ella la plata calculando que nos alcanzaría para vivir unos ocho meses. Pero yo duré año y medio escribiendo el libro. Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada. Logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne, el panadero el pan y que el dueño del apartamento nos esperara para pagarle el alquiler. Se ocupó de todo sin que yo lo supiera: inclusive de traerme cada cierto tiempo quinientas hojas de papel. Nunca faltaron aquellas quinientas hojas. Fue ella la que, una vez terminado el libro, puso el manuscrito en el correo para enviárselo a la Editorial Sudamericana. Llevó el manuscrito al correo mientras pensaba: "¿Y si después de todo resulta que la novela es mala?"». (Del libro El olor de la guayaba; conversaciones de Gabriel García Márquez, con Plinio A. Mendoza, publicado por Editorial Bruguera).
Amables lectores, reiteramos, siempre, siempre detrás de un gran hombre hay una gran mujer. ¿Verdad?
Despedida y cierre. Venga, Sporting, ánimo: queda toda la Liga por jugar...
Érase una vez.
Félix Richard
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