Del alma europea y América (always) First
Las comparecencias de los líderes políticos se parecen cada vez más a las ocurrencias ingeniosas del Club de la Comedia. Estas últimas consiguen de nosotros la risa, las de los líderes políticos consiguen la desazón y el cabreo cronificado.
El infame abandono del pueblo afgano y la condena al infierno talibán de sus mujeres nos ha vuelto a recordar que la UE hace tiempo que perdió su alma. Por ello, oír a su máxima representante, Ursula Von der Leyen, que “la acogida de afganos en España es un ejemplo del alma europea” no puede más que entrarnos la risa o echarnos al monte.
La UE, como espacio político, lleva años atascada, como aquellos equipos de futbol que consiguen crear un estilo de juego brillante y ganador pero que, sumidos en el éxito, empiezan a dar señales de agotamiento, de falta de ideas, de conformismo. Este “atascamiento” ocurre en un mundo donde la única buena noticia ha sido la salida de un personaje tóxico de la Casa Blanca, pero en el que las amenazas a la estabilidad mundial y a sus principios fundacionales son cada vez más preocupantes.
Decía Jean Monnet, “Los hombres sólo aceptan el cambio resignados por la necesidad y sólo ven la necesidad durante la crisis”. Monnet,no sólo fue uno de los padres en la construcción de la actual Unión Europea, sino también uno de los hijos de la Europa reducida a cenizas tras las dos guerras mundiales. Sabía de lo que hablaba.
Los dirigentes políticos de la Europa del siglo XXI no “ven la necesidad” (el avanzar en la construcción de la Unión Europea) porque el fantasma de la guerra ha desaparecido y es suficiente con volver a la Europa de los mercados. No hay nadie que dé el golpe sobre la mesa. Ya no está “la mosca cojonera” (Gran Bretaña), la del “British First”, la del cheque británico, en quien recaía todos los palos de la rueda que impedían avanzar en la Europa social.
La debilidad de Europa no está en sus orígenes. Monnet, Schuman, Adenauer, De Gasperi... dieron el gran salto, pero sus herederos no están a la altura. Admiten dentro de sus territorios nacionales el principio democrático del juego de las mayorías para gobernar (absolutas o cualificadas), pero no para las grandes decisiones que se tienen que tomar en la UE, estas tienen que ser por unanimidad de los estados miembros. Este es su talón de Aquiles. El Parlamento Europeo (y sus eurodiputados) pinta poco, no es de facto la sede del poder democrático como sí lo son los parlamentos nacionales.
Un nuevo orden mundial se atisba en el horizonte y la UE continúa con su cartelito colgado a sus espaldas: “Un gigante económico, pero un enano político”. China no para de ejercer su influencia y de expandirse en África, América Latina y Oceanía. EE UU sigue ostentando el poder militar más importante del mundo, pero su economía pronto dejará el liderazgo a China y no está en condiciones de liderar la ejemplaridad democrática después de Trump, de lo ocurrido en el Capitolio y, finalmente, tras el bochornoso espectáculo de la desbandada en Afganistán.
Fue tal la necesidad que las democracias occidentales tenían de que desapareciera de la escena política ese patán descerebrado que era Donald Trump que se recibió con gran alivio su derrota electoral. “América is back” sustituía a “América First”, pero no ocultaba que en realidad querían reafirmar que, por supuesto, “América always First”. Así lo ha dejado patente Joe Biden con una sinceridad poco común: “No fuimos a Afganistán a ayudar a construir un país democrático, sino a acabar con el terrorismo”, en otras palabras, fuimos a vengarnos del ataque a las Torres Gemelas.
Alguien ha comentado estos días, “la política migratoria europea es una suerte de bolero de Ravel, en el que cualquier final es sólo el anticipo de su nuevo comienzo”. Así fue en el 2015 (con la diáspora Siria), la UE, una vez más, dio muestra de su “alma perdida”. El “alma europea” año tras año se hunde en el Mediterráneo (nuestro cementerio de los desheredados de la tierra) o se prostituye con la Turquía de Erdogan, regalándole 6.000 millones de euros para que machaque a los inmigrantes y pierdan toda esperanza de entrar en Europa.
Los 27 ya no se sientan a planificar una política migratoria, programas de integración social para migrantes o el reparto justo entre países. Estos días discuten el precio de “carne inmigrante” a pagar, porque eso es lo que subyace detrás de la única idea que, al parecer, tiene el consenso de todos, temerosos de que la extrema derecha saque rentabilidad electoral: dar dinero a los países fronterizos y corruptos para que acojan a los desgraciados afganos (Paquistán, Tayikistán Turkmenistán Uzbekistán...).
De momento van ganando los xenófobos, liderados por Polonia y Hungría, quienes junto a la Republica Checa y Eslovaquia forman el grupo de Visegrado, todos ellos, antaño, bajo la bota de Moscú, buscaban el “alma europea”.
Nada queda de aquella promesa de Joe Biden, en campaña electoral, de liderar la moderación en el mundo, el consenso internacional y la defensa irrenunciable de los derechos humanos, porque por encima de todo “América always first”.
Un último ruego a la señora Ursula Von der Leyen, menos hablar del “alma europea” y la próxima vez que se reúna con el fundamentalista Erdogan, no permita que la trate como una “acompañante” (o secretaria que toma notas) de Charles Michel.
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