Tienes un e-mail: el fin de las librerías de proximidad
El libro de Irene Vallejo “El infinito en un junco” es un elogio nostálgico al libro, a su creación, desde el libro de arcilla hasta el plástico o la luz del libro actual. Es también un recordatorio de las primeras librerías conocidas, de los talleres de copia manuscrita, pero también de las persecuciones, de las hogueras, de los códices prohibidos.
A diferencia del gran literato Francisco Umbral, no vengo solo a hablar de este magnífico libro (ya lo han hecho grandes escritores), sino a recordar el relato de la película interpretada por Tom Hanks y Meg Ryan “Tienes un e-mail”. Tanto el libro como la película me han transportado a la infancia. Recuerdo que la vuelta del cole empezaba en ir a la librería de mi barrio y a hacer la prueba del uniforme y mandilón. De estos dos acontecimientos la librería era mi favorito: comprar los libros de texto, las libretas, las gomas de Milán limpias, los lápices nuevos bien afilados y la gama de bolígrafos Bic rojo, azul, verde y negro; más que herramientas de trabajo eran mi ajuar. Con el uso, se convertían en lo primero.
De los libros recuerdo su olor a tinta, la limpieza brillante de sus hojas, la delicadeza para forrar los libros con el papel transparente, cortar las esquinas y pegarlas con el papel cello, evitando en todos momento la rugosidad del plástico que se adhería caprichosamente a las tapas, ocupaba los días previos al inicio de las clases. Me prometía mantenerlos nuevos todo el curso. Nunca lo logré.
En “Tienes un e-mail”, Meg Ryan es la propietaria de una pequeña librería de proximidad de cuentos infantiles, donde el trato es directo y familiar entre los trabajadores y los clientes. Pero su pequeño establecimiento peligra cuando una cadena de grandes librerías abre un local al lado de su tienda. En forma de comedia romántica, nos muestra la profunda realidad del siglo XXI, el choque de dos formas de entender el libro: como material rentable, el libro es un producto sin más, con mucho marketing, y de menos coste y el libro como material intangible que no puede ser valorado solo desde una perspectiva monetaria, cuidado con esmero, pero no puede aguantar la competencia. Con final feliz, el pez grande no se come al pez chico, lo que hace es integrarlo, lo deja vivir en una esquina de la pecera, ¿hasta cuándo?
La mal llamada “sociedad del conocimiento”, “sociedad red", es la sociedad donde las grandes plataformas desplazan al pequeño artesano de libros. El que paga impuestos y se enfrenta a una nueva competencia legal pero desleal: los centros educativos que poseen Bancos de Libros para realizar préstamos de libros a alumnos que reúnan los requisitos marcados por la ley. Cada préstamo supone una ayuda de 105, el libro no se adquiere, solo se presta, y el que lo recibe por tercera vez me imagino que es como aquel que compra el libro y repite tres veces curso: el subrayado, los bigotes y las gafas añadidas a los personajes del libro deben hacer poco atractiva su lectura, pero lo que llama la atención es que la ayuda económica recibida por el préstamo es la misma, no se devalúa por el deterioro. Claro, se dice que es un paso para adquirir la gratuidad de los libros de texto... yo creo que es una forma de entender lo público como lo entendía la señora Calvo... “lo público no es de nadie”... pero se olvidó de añadir que “lo público es de todos”. Y aquí hay ciudadanos que con estas ayudas pagan dos veces. “Zapatero a tus zapatos”.
La pandemia ha puesto de relieve que algunos comercios, como la hostelería, sufrieron el zarpazo de las restricciones. Pero, ¿quién defiende a los libreros?
Las librerías, las escuelas, el centro de salud, el comercio de alimentos, el bar de la esquina son los que pueden frenar la España vaciada. Esto no es nostalgia, es reconversión.
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