Vacaciones en el Alentejo portugués, entre el covid y la saudade
Durante tres semanas a caballo entre agosto y septiembre, paso unas vacaciones en la pequeña ciudad portuguesa de Montemor-o-Novo, que está en el mismísimo centro del país luso, a medio camino entre el este en Badajoz y el oeste de Lisboa y el norte de la frontera con el Miño gallego y el sur de la costa del Algarve, algo así como el ombligo geográfico de Portugal. Es una tranquila localidad de unos ocho mil habitantes que trabajan en el campo y las industrias cárnicas, en un campo inmenso alentejano de dehesa, con las grandes fincas que ellos denominan “montes”, entre alcornoques, encinas y chaparros donde pastan caballos, vacas, cabras, corderos y “porcos”; tierras que se alternan con campos de cereales, olivos, viñas y algunos frutales. Los alentejanos que no han emigrado desde aquí viven bien, son personas también tranquilas, muy morenas por el tanto sol que reciben, de poco hablar y mucho hacer, cercanos, amables, señores... buena gente para estar entre ellos.
El Alentejo es una tierra antigua, histórica, con tanto carácter como arte, acendradas costumbres, entre una arquitectura popular sencilla y elegante, con rica cocina, bonitos bordados, sugestivas cerámicas y artesanías. Saben cazar y cantar bien. Son buenos en el arte de la caballería y la tauromaquia; tienen “forcados” que hace tres siglos cambiaron por la muerte del toro y dan a sus “pegas” -la suerte de sujetar al toro- una valentía y una emoción espectaculares. Además, no tiene alcaldes -ni “alcaldas”- que les prohíban torear... En fin, por aquí hay mucho de qué admirarse y con lo que se puede vivir bien.
Como todos los demás, han tenido covid, pero parecen estar tranquilos, pues portugueses que son se muestran moderados y cívicos y dejan pasar los acontecimientos de un modo pacífico. De modo que aquí no hay por el momento desasosiegos, ni gamberradas multitudinarias porque no son desaprensivos. No hay sustos, hay una prudente tranquilidad, muy deseable para lo que está pasando... Muchos llevan la mascarilla en la calle, sobre todo en las ciudades. Y respecto a pedirte la nota o certificación de haber sido vacunado, lo hacen solo en los hoteles.
Esta temporada están en precampaña electoral y sus telediarios se han convertido ahora en un rollo de siglas y mítines. Pero, a diferencia de años anteriores que estuve aquí, han desparecido las noticias de fuegos forestales, porque ya no los hay, han conseguido superarlos. No he logrado que me expliquen cómo lo han hecho, pero lo han hecho. Otro punto más a favor para su catálogo de virtudes.
Entre los lugares que he visitado estos días están las ciudades de Évora, Setúbal y Lisboa, que claramente tienen menos turistas extranjeros y ahora se puede aparcar en ellas con normalidad, no es preciso andar a codazos entre multitudes como ocurría unos pocos años atrás y además han bajado los precios de los hoteles...
Pero, en fin, las vacaciones se acaban. Habrá que volver al tajo, que por cierto me recuerda la letra de un famoso fado: “El Tajo nos hace partir / Lisboa nos hace volver”, para concluir que Lisboa es una ciudad para siempre volver y para generalizar a otros muchos sitios de nuestro querido Portugal vecino.
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