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In memoriam / Un señor cura, un cura paisano

3 de Septiembre del 2010 - Santiago Menéndez de Luarca

Dice la Real Academia Española de la Lengua: “Señor: Persona respetable que ya no es joven. / Héroe o protagonista de una historia”. “Cura: Responsabilidad que tiene el sacerdote respecto de los fieles que le han sido confiados a su ministerio”. “Paisano: Campesino que vive y trabaja en el campo”.

Subtítulo: Don José Manuel Valle Carvajal fue un hombre de bien y hombre bien conocedor de la mar y de la mina

Para los que conocimos a don José Manuel, y creo que todos los que lo conocimos nos hemos podido sentir amigos de él y confiados con él, las acepciones que da la RAE y con las que empiezo este artículo, que nunca me hubiera gustado escribir, son especialmente aplicables: un señor, un cura y un paisano, además de hombre de bien y hombre bien conocedor de la mar y de la mina por sus orígenes y ligazones durante tantos años: Cudillero y La Foz, y la bicicleta, las pesadas bicicletas de antaño con las que él tantas veces, de joven, fue desde Cudillero a La Foz y desde La Foz a Cudillero. Pero todo llega y todo tiene su alfa y su omega, su principio y su fin, símbolos de la Cruz de la Victoria y, por tanto, de Asturias, aunque en este caso el omega o el fin, afortunadamente, no se ha producido, puesto que su memoria para los que le hemos conocido y hemos tenido la dicha de compartir gratos momentos de conversación y de acogida en su auténtica casa del pueblo, hecha por el pueblo y lugar abierto a todos, con un anfitrión como él y, desde luego, de su leal Estrella y que con su amigo don Nicanor López Brugos supieron formar una especie de trinidad con muchas variantes. En el caso de don José Manuel y don Nicanor, que nadie se ofenda y déjenme utilizar un sentido del humor tan asturiano, tan en serio y en broma, que diría Valentín Andrés Álvarez, formaban una auténtica, santísima y amenísima trinidad. Una trinidad de los dos y de todos los que con ellos tuvimos la suerte de pasar algunos ratos.

En el caso de don José Manuel y don Nicanor, aun un misterio mayor: dos líneas totalmente paralelas que, siendo muy divergentes, acababan siendo convergentes; en el fondo, como las buenas yuntas, que para que funcionen bien, uno de los que la forman es mejor que sea zurdo y el otro, diestro. Y así el carro va siempre cantarín, haciendo camino. La gran ventaja de ellos es que siempre fueron libres, sin ningún tipo de yugo. Don José Manuel nunca lo necesitó para el trabajo, pues éste nunca le asustó; es más, ni se jubiló, ni se prejubiló –vocación desgraciadamente mucho más frecuente de lo que, en mi opinión, debiera ser–, ni nunca buscó, sino más bien todo lo contrario, una sinecura (empleo o cargo retribuido que ocasiona poco o ningún trabajo).

En mi caso particular, por razones personales, la hospitalidad de don José Manuel tiene matices muy emotivos y que también tienen que ver con el omega, pero no caigamos en la nostalgia, porque, entre otras cosas, no iba con la mentalidad de don José Manuel, sino en la buena memoria que a todos los que lo conocimos nos deja.

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