Viva CJC
“SAN CAMILO, 1936”, EL TESTIMONIO DE CELA SOBRE EL 18 DE JULIO
Aquí se caga y aquí se mea y al que le vaga se la menea sangre semen y mierda el Madrid de la república era un burdel; este aleluya copiado de los letreros de una letrina es el eje de marcha de este libro hondo, largo, reiterativo, difícil de leer sin puntos y aparte, sin coma, pero que da la medida del dominio que CJC tenía del lenguaje. Era un malabarista de la palabra. Su prosa goza de una resignación patética revestida de musicalidad. Podría considerarse una segunda parte de “La Colmena” al revés. Retrata al modo Dostoievski la existencia de una España podrida en sus contradicciones, en su indiferencia y en su indefensión analfabeta frente a los poderes fácticos que organizaron aquel cacao obra de la masonería. A mí que me dejen tranquilo, no me meto con nadie, me tomo mi copita de ojén a la mañana y después si se tercia voy a echar un chisquete en ca doña Rosita en Ayala 123. ¡Estos cabrones, bien pudieran haberse estado quietos! Cuando no hay remedio, litro y medio. Las Cortes eran un jolgorio a la hora de cuestiones y preguntas; interpela un diputado a don Indalecio Prieto, ministro de la Gobernación:
-Don Inda, hace muchos días que no le veo por el burdel.
-Ahora hago el gasto en casa, dijo el tribuno de la plebe con gesto tribunicio y rechifla ovetense.
Hay una escena patética cuando a Matiitas, un inverso, le dan un mauser y no sabe qué hacer con él, se lo introduce por el ano y dispara. Cela no rehúye la descripción de lo más inmundo y patético, como el caso de Venancio; su mujer está pariendo, no hay un médico ni comadrona, sale a la calle en pijama y en la calle Ferraz le pegan un tiro en la cabeza. Era un fascista pero no era un fascista. Pertenecía a la FAI. La parte más conmovedora del libro es la que relata el salvaje asalto al Cuartel de la Montaña, los cadáveres de los cadetes tendidos en el patio de armas. El general Fanjul es fusilado. Empiezan las sacas. Cierran las cafeterías, cierran las mancebías. El hombre del común se esconde, pero a la madrugada los milicianos de García Atadell pican a la puerta. Los españoles venimos al mundo con fuego en la cabeza, fuego de Torquemada, herejes a la hoguera, y fuego de la Iskra leninista, que pega fuego a las iglesias. En dos días ardieron en Madrid todas las iglesias. Cada uno de los largos capítulos de “San Camilo, 1936” cuando cumplía Camilo José Cela Trulock 19 años, era un estudiante de Filosofía y Letras cita al poema de Fernán González "Señor por qué nos tienes tanta saña. Por nuestros pecados non destruyas a España" y a Cristóbal de Castillejo: "A Madrid hemos todos de ir. Madrid es el morir". El lema de César Vallejo es: "Cuídate, España, de la propia España. Señor, aparta de mí este cáliz".
En mi libro “Cela, el Café Gijón y yo" obvié esta gran obra que merece un libro aparte, encontró una forma de escribir novela moderna mediante la técnica de los flujos de conciencia. El gran padre de nuestras letras a través de sus casi cuatrocientas y pico páginas nos advierte de los demonios familiares. Siguen vivos. Cela se mira en el espejo, desnuda su conciencia. Todos deberíamos con él mirarnos para no volver a aquel cainismo enjugado de cinismo, aquella barbarie que se azuzan desde las altas instancias gubernamentales. La masonería tiene mal perder y ha regresado con furia reivindicativa a nuestros lares con mentiras torticeras y semblanzas de una realidad que fue como fue, no como algunos quieren que hubiese sido. Mola en sus memorias "Lo que yo supe" dice también que aquella Guerra Civil y el separatismo se inspiraron en las enseñanzas de las logias para destruir España. Viene a coincidir con CJC.
Thursday, September 16, 2021
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