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Los psicofármacos, cuando son necesarios, son buenos y deseables

3 de Octubre del 2021 - Ángel García Prieto (Oviedo)

La actitud que tienen las personas hacia los medicamentos en general es muy variada, en una gama de posibilidades que va desde el rechazo casi absoluto al abuso enfermizo. Y frente a los medicamentos que se utilizan en psiquiatría, llamados psicofármacos, que tienen un efecto directo sobre el sistema nervioso central y actúan sobre el estado de ánimo, la conducta y los aspectos más físicos del pensamiento o la percepción, las disposiciones que tenemos se muestran aún de una manera más patente.

Es frecuente que haya una utilización inadecuada de la medicación prescrita, por defecto, exceso, fallos en el horario o confusiones en el medicamento; así como por terminar los tratamientos antes de tiempo o alargarlos innecesariamente. Tampoco es raro que se finalice un tratamiento de una manera brusca, con la aparición de síntomas “de rebote”, que suelen ser desagradables. Muchas veces el fallo no radica en el paciente, sino en la falta de explicaciones por parte del médico y no haberlo dado claramente por escrito o por otras circunstancias ajenas tanto al paciente como al médico y que se dan en los vericuetos prácticos de la vida.

El rechazo a los psicofármacos puede estar motivado por factores muy diversos, como la falta de conciencia de enfermedad del paciente, que minusvalora lo que le ocurre. También la mala fama adquirida por medicaciones antiguas y tratamientos superados, que llevaban a determinados pacientes a experimentar un cortejo de efectos secundarios verdaderamente molestos y llamativos. “Mira, está zombi”, se decía.

Otras veces es el miedo, razonable pero infundado, a perder algo esencial de sí mismo por el efecto de una sustancia química que afecta a la conducta y la percepción. Hay un temor a todo lo químico, a lo artificial, como si por ser tal lleve añadido un mal. Y lo cierto es que en nuestra vida hay mucha química: todo lo que ingerimos o respiramos es químico, y muchas sustancias son además sintéticas: edulcorantes, conservantes, colorantes, sabores, refrescos y bebidas. Y las medicinas no dejan de ser productos químicos como esos con los que la humanidad lleva muchas décadas, e incluso siglos, ya familiarizada. Aun así, es muy alta la proporción de pacientes que tienden a rechazar la medicación.

Si cabe, dadlo como tribuna!!

Los fármacos están estudiados, diseñados y experimentados para beneficio de los que los necesiten, salvo los fallos que se deben a sensibilidades especiales, alergias o prescripciones inadecuadas, que siempre se pueden resolver en un nuevo intento con otra medicación. Y las medicaciones cumplen su función en un mayor o menor número de casos, que en estadísticas globales podrán rondar entre el 60 y el 70 por ciento de éxitos.

Es preciso perderle el miedo a usar medicamentos que no tienen por qué crear adicción, pues las adicciones están más en las personas que en los fármacos. Y el que los prescribe suele tenerlo en cuenta, para no recetar a determinado enfermo un medicamento que pueda gustarle tanto como para que acabe abusando de él. Los psicofármacos no son “drogas”.

Los tratamientos psiquiátricos, salvo en casos concretos, es verdad que no suelen ser cortos, porque los trastornos que los hacen necesarios se prolongan, en el mejor de los casos, al menos por semanas o meses. Algunos de los psicofármacos, además, tienen un periodo de latencia de dos a cuatro semanas, hasta que comienzan a notarse sus efectos curativos. Pero eso no quiere decir que, una vez que el paciente comience a usarlos, luego no vaya a poder dejarlos. Solo en algunos casos concretos una persona va a necesitar tratamientos continuados por muchos años, pero, aun así, el tratamiento es lo mejor, pues si es necesario quiere decir que no puede pasar sin él. Y el balance entre molestias secundarias –que muchas veces ya son prácticamente imperceptibles– de la medicación frente a los síntomas de la enfermedad le es muy positivo para el paciente.

Tampoco suele ser cierto el temor a que el uso prolongado de determinadas medicaciones produzca degeneraciones de órganos. Los fármacos son cada vez más “limpios” y, además de producir menos efectos secundarios, también son mejor metabolizados, sin afectar negativamente al organismo. Además, el médico vigilará ese proceso que llegue a hacerse crónico y hará las variaciones terapéuticas que estime más oportunas para el paciente.

En resumen: los psicofármacos son muy útiles y, si se aplican bien, pueden llegar a ser muy eficaces, la mayoría de las veces sin efectos secundarios indeseables y ni siquiera molestos.

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