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La queja, otro virus peligroso

26 de Septiembre del 2021 - Carmen González Casal

Sabemos de sobra lo que es un virus. Llevamos casi dos años peleando contra él y ojalá se vaya de nuestras vidas para siempre. Pues la queja, en su acepción de resentimiento o desazón, es más dañina que ese virus del que huimos, nos protegemos y vacunamos hasta desterrarlo por completo.

Sin embargo, muchas personas viven instaladas en la queja, convirtiendo este mal hábito en su modo habitual de relacionarse con los demás. Los mismos que se quejan del frío se quejan del calor o de que en San Mateo brille por su ausencia el “Topu Fartón” en la plaza del Riego y chiringos uniformes ocupen el paseo del Bombé en el Campo San Francisco. ¿Por qué no conformarnos con el sol, la fiesta o lo que toca en cada momento, asumiendo lo que hay sin inquina o pesadumbre? Mi abuela hablaba del “refalfiu”, refiriéndose, en asturiano, a ese hastío causado por la abundancia, que también desemboca en la queja. ¡Cuánto abunda hoy en día!

Nada está bien para quien se arrellana en este defecto, generando un pesimismo que agosta cualquier ilusión e iniciativa. Además, su carga viral es tan potente que se contagia rápidamente, y las personas afectadas se parapetan en sus quejosas razones incapacitándose para percibir lo que va bien, actuar sobre lo que va peor para mejorarlo y vivir con ilusión y alegría. Dice con razón un proverbio oriental: “Si tu mal tiene remedio, ¿por qué te quejas? Si no lo tiene, ¿por qué te quejas?”.

Sumario: Un mal hábito que contamina cualquier ambiente o relación

Destacado: Quien padece este virus mantiene unos altos marcadores de egoísmo, envidia e insatisfacción personal

En el fondo, quien padece este virus mantiene —quizá sin saberlo— unos altos marcadores de egoísmo, envidia e insatisfacción personal, por lo que conviene afrontar un tratamiento de choque que le haga salir de esa actitud negativa y tóxica que realmente contamina cualquier ambiente o relación.

Para romper con la queja y mantener una actitud positiva y optimista, que no ignora que hay cosas que van mal y se pueden mejorar, conviene no confundir lo que es un drama —como la situación que están viviendo nuestros compatriotas de la isla de La Palma— y lo que podríamos llamar con Víctor Küppers “circunstancias a resolver”, esos problemillas, inherentes a la vida, que no nos pueden achicar el ánimo sino crecernos para afrontarlos, porque, junto a esas circunstancias menos prósperas, conviven otras que van bien, y, precisamente, son las primeras las que nos ayudan a crecer, a madurar, a lograr lo mejor de cada uno.

También nos inmuniza contra la queja el agradecimiento, valorando lo que tenemos, aunque se trate de cosas sencillas, que empezamos a darnos cuenta de lo que valen cuando las perdemos: tener una casa, que salga agua caliente y fría del grifo, una cama, una nevera con lo suficiente para hacer tres comidas al día, unos padres o un marido, unos hijos que nos quieren, vecinos y amigos que nos hacen más grata la vida. Quizá la casa deje algo que desear, al igual que el marido o los hijos, porque nada ni nadie es perfecto en esta vida, pero ahí están.

Reinhold Niebuhr, uno de los principales representantes teóricos del llamado realismo político estadounidense, escribió la conocida plegaria de la Serenidad, buen antídoto de la queja cansina que no conduce a nada. Reza así: “Dios, / concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, / valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar / y sabiduría para reconocer la diferencia”. ¡Que así sea!

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