El hojaldre llegó frío
Me las prometía muy felices.
Salí, a las 13.15 del domingo, de la famosa pastelería Del Pozo, junto a la Puerta del Sol, de Madrid, con mi hojaldre de crema, recién hecho, calentito, y llegué a casa de mi hija Amaya a las 14.30, un trayecto en el que invertí una hora y quince minutos, pero que recorro habitualmente en un cuarto de hora.
Pedí en la tienda una bolsa para llevar más cómodamente el paquete, y me recomendaron llevarlo en la mano para que llegara a destino en las mejores condiciones. Con el paquete en la mano recorrí de arriba bajo y de abajo arriba, durante una hora interminable, las calles del barrio, hasta que encontré milagrosamente un taxi que se brindó a buscar una salida a la ratonera en la que se había convertido el centro de Madrid como consecuencia de la maratón que se estaba corriendo en la ciudad.
Llegué, por fin, a casa de mi hija, con el hojaldre bajo el brazo, después de esta aventura, y disfrutamos de un hojaldre que, incluso frío, es fantástico. Y disfruté también de una entrañable conversación con mi nieto Pedro, una conversación que me habría perdido y que pudimos mantener gracias a un hojaldre, que, incluso frío, estaba divino, y a una maratón que no olvidaré.
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