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Cuestión de visibilidad

11 de Octubre del 2021 - Julio Luis Bueno de las Heras (Oviedo)

De entre los anhelos voluntaristas que han trascendido a raíz de la última sesión del Consejo Social de la Universidad de Oviedo, la prensa parece haber querido destacar el propósito de incrementar la "visibilización" de dicho órgano como expreso objetivo prioritario de dicho órgano a corto y medio plazo.

A mi modo de ver, la creación de los consejos sociales de las universidades españolas ha sido un ejemplo más de entre los muchos intentos de resolver desfases, atrasos, carencias o crisis de nuestras instituciones mediante importaciones y transposiciones –frecuente y desafortunadamente descontextualizadas– de modelos y soluciones válidas en otros escenarios con otras partituras, otros directores, otras orquestas y otro respetable en el patio de butacas. Espoleados por la realidad cotidiana, y por los más o menos discutibles retratos que de ella hacen los diferentes descriptores de calidad al uso y abuso –índices y rankings incluidos–, el deseo de aproximar nuestro sistema universitario a aquellos otros más avanzados, más eficientes y más exitosos, por los que tanta y tan (digamos que) sana envidia nos desazona y nos motiva, nos lleva también a ensayar constantemente exóticas formas de descubrir américas. Formas que –particularmente en el ámbito científico-tecnológico, donde más poderoso caballero se muestra don dinero– propician partos distócicos de farragosas leyes orgánicas y cíclicas reescrituras normativas, abundando en maquillajes acordes con los dogmas ideológicos y tópicos semánticos del momento, así como en mecanismos de intromisión y control –cuando no de rozamiento-, descuidando sistemáticamente lo sustancial: la sala de máquinas y las fuentes de energía del sistema.

El Consejo Social se justifica en virtud de la interfásica y dual razón de ser que le asignan de manera sustancialmente coincidente –ora con adendas, ora con recortes– esas sucesivas recidivas legislativas universitarias, disensuadas, pretenciosas, autistas y prácticamente estériles, frustrantes casi todas ellas, para propios y extraños, como se ha visto y parece que se seguirá viendo. Básicamente son dos sus sustanciales encargos complementarios, que ocasionalmente parecen contrapuestos y frecuentemente descompensados por la omnipresente y nefasta contaminación del metomentodo partidismo político: constituirse en redundante instancia garantista y ejercer liderazgo cofinanciador. Concretando: salvaguardar y reforzar la transparencia gestora, sí, pero también ejercer de nítido estímulo del mecenazgo en todas sus actualizadas formas, de las relaciones comprometidas con empresas e instituciones y de la transferencia bidireccional en los campos formativo y productivo. Más o menos –poco hay nuevo bajo los cielos– a lo que se viene aspirando desde tiempo inmemorial, cuando la cohorte a la que pertenezco por canas y arrugas daba sus primeros pasos en esta siempre ilusionante vocación que es la Universidad, y cuando la sangría patrimonial que representa el desequilibrio migratorio de titulados –ya hace años cínica o miopemente minusvalorado como "leyenda urbana"– era aún impensable.

Resumiendo, es obvio que la visibilización no debe ser objetivo en sí misma, ni consecuencia de gestualidad, pomposidad, ruido, artificio en el escaparate o intromisión en la cocina, sino de compromiso con la despensa, exigencia en la carta y en la mesa, y respaldo en la promoción de marca y producto de la casa. Visibilidad vinculada no a voluntarismo protagonista, sino subordinada a creatividad y resultados. Dudo que en el nuevo proyecto de ley universitaria, que –además– recorta su vuelo al ámbito local, propicie que –incluso bien pilotado y en un entorno sin sucesivas crisis– un Consejo Social pueda sobrevolar sebes domésticas en las direcciones todavía inéditas e inexploradas que justificarían su única razón de ser.

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