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Silencios, errores y apropiaciones indebidas en el discurso sobre el origen de Oviedo

3 de Octubre del 2021 - César García de Castro Valdés y Sergio Ríos González

2021 se ha convertido por mor del calendario en año propicio para conmemoraciones eclesiásticas. Además del omnipresente y recurrente Jacobeo, asistimos a celebraciones aniversarias de los ocho siglos del inicio de obras de la catedral de Burgos, de los siete siglos de la misma operación en la catedral de Palencia y, con mucha menor incidencia social y mediática, a los doce siglos de la consagración de la primitiva catedral de Oviedo. Instituciones de diverso signo han organizado eventos de una y otra clase para rellenar los programas: exposiciones, reuniones académicas, ciclos de conferencias, actividades lúdico-turísticas, divulgación en medios de comunicación, etcétera.

Entendemos que es en este contexto en el que se inscribe el artículo firmado por Lorenzo Arias Páramo en LNE el día 13 de septiembre de 2021, titulado precisamente “El origen de Oviedo”. En principio, nada habría que objetar a que un profesor universitario emplee la prensa para divulgar conocimiento. Ahora bien, este tipo de artículos se enfrenta a la disyuntiva de su presentación pública: o bien se prescinde en su totalidad del aparato crítico y se transmite un estado de la cuestión consensuado, o bien se establece un panorama de las diversas posturas si no existiese ese consenso, atribuyendo nominalmente a cada autor la paternidad de cada una de ellas, sin mayor profundidad analítica, imposible, por otro lado, en el espacio de un diario o revista divulgativa.

El artículo de Arias Páramo no se ajusta a ninguna de las dos actitudes. No es un estado de la cuestión consensuado, porque no existe tal consenso. Ni es un panorama de las posturas sostenidas, porque su presentación es sesgada y deshonesta. El autor incurre en tres graves defectos éticos, que, en tanto que directamente perjudicados por ellos, no tenemos más remedio que denunciar. Y lo hacemos a nuestro pesar, pues, en los ya más de 30 años que llevamos en la investigación del tema, la relación con Lorenzo Arias Páramo ha sido en todo momento cordial, lo que hace que no nos expliquemos su actitud.

Entremos en materia. En primer lugar, los errores. Abre Arias su artículo con la afirmación de que la fecha del 14 de septiembre del 791, unción de Alfonso II, es la de la Exaltación de la Santa Cruz, lo que le permite postular “una simbología cristológica fundamental” en tal acto. Tal festividad lo es en la liturgia romana, no en la hispánica, que es la que rige en tiempos de Alfonso II y hasta el entorno del 1100 en la Hispania occidental, en cuyo calendario tal día corresponde a la celebración del martirio de San Cipriano. Por cierto, la idea ya había sido expuesta hace años por Javier Rodríguez Muñoz, lo que no se dice. Prosigue Arias afirmando que el mismo día 14 de septiembre tuvo lugar la consagración de la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén: nuevo error, lo fue un 13 de septiembre, el de 335. En cuestiones de calendarios, la exactitud es norma.

Sumario: En respuesta al artículo de Lorenzo Arias Páramo sobre el origen de Oviedo

Destacado: El autor incurre en tres graves defectos éticos, que no tenemos más remedio que denunciar

Resulta incomprensible sintácticamente el párrafo dedicado al viario antiguo regional. Aún más incomprensible es la afirmación de que el monasterio de San Juan Bautista-San Pelayo se levanta sobre el de San Vicente, frase a la que no vemos sentido desde ningún punto de vista. Por último, ignoramos la base lingüística que le permite postular que el topónimo Ovetao tiene algo que ver con “un lugar abundante en agua”, pura suposición, debida, por cierto, a Julio Concepción Suárez, otro silenciado.

En segundo lugar, las citas y las omisiones. Lejos de escribir un discurso puramente divulgativo, sin aparato crítico, Arias reparte citas bibliográficas y documentales (Floriano Cumbreño). Y es en este aspecto en el que su actitud merece reprobación: o todos o ninguno. Se cuida muy bien de citar a colegas universitarios, fallecidos, jubilados o en ejercicio (Avelino Gutiérrez, Juan Ignacio Ruiz de la Peña y Soledad Suárez Beltrán, Carmen Fernández Ochoa y Fernando Gil Sendino, Juan Uría Ríu), a arqueólogos con actividad en Oviedo y su entorno (Otilia Requejo, Rogelio Estrada), pero no a los firmantes. Los lectores de LNE interesados en estos asuntos recordarán posiblemente un debate articulado precisamente en torno a un reportaje que este diario dedicó a una amplia publicación nuestra de idéntico título aparecida en 2016. Solamente por este hecho deberíamos haber sido incluidos en el elenco.

Pero, y es aquí donde la actitud de Arias merece más reproche, no es solamente el silencio intencionado de docenas de publicaciones sobre el tema a lo largo de treinta años de investigación arqueológica y documental sobre la catedral de Oviedo, la Cámara Santa, el palacio episcopal, la fuente de Foncalada, Santullano, la orfebrería altomedieval, la epigrafía, expuesta en foros regionales, nacionales e internacionales..., lo que sobrecoge y repugna desde una perspectiva académica puramente distante. No, lo más grave es la apropiación indebida en el artículo de cuantas afirmaciones van sin reconocimiento de paternidad. El lector paciente puede contrastar la enumeración de cuanto vamos a exponer, comprobando las opiniones publicadas por Arias desde su ya lejano manual de Arte prerrománico asturiano editado por vez primera en 1993, hasta las últimas, avanzada la pasada década, pasando por los capítulos de su autoría en la Enciclopedia del Prerrománico de la Fundación Santa María la Real de Aguilar de Campoo, del 2007, con las que se exponen en esta colaboración que reseñamos. Se podrá ver una distancia considerable en las tesis y en la manera de exponer e interpretar, que supone la apropiación de ideas de paternidad reconocida, nuestras, expuestas desde inicios de los años 90 del pasado siglo: la trascendencia decisiva del acuífero ovetense como elemento básico del asentamiento altomedieval (CGCV y SRG 2016); la Cámara Santa como capilla martirial y panteón episcopal (CGCV 1995, 1999, 2005, 2008; CGCV y SRG, 1996, 2004), aunque la narración ofrecida incluye contradicciones cronológicas debidas sin duda a intentar amasar materias inasimilables; la vinculación de la obra de la Cámara Santa con la llegada de los restos martiriales de Eulogio y Leocricia (no Leocadia, como se repite erróneamente) bajo el episcopado de Hermenegildo (CGCV 1995, 1999, etcétera); la fecha de consagración de la catedral de Oviedo –no de Santa María, nuevo error– el 13 de octubre de 821 (CGCV 1999, 2017, 2018; CGCV y José Antonio Valdés Gallego, 2020); el palacio de Alfonso II en el entorno de Santullano (CGCV, 1999, 2008; CGCV y SRG, 2016, 2019); la morfología de tradición romana de la fuente de Foncalada (SRG 1997, 1999).

No hemos sido los únicos en ser silenciados. Nada se dice de las investigaciones de Francisco Borge Cordovilla sobre morfología arquitectónica y urbanismo ovetense antiguos, ni de las del desgraciada y prematuramente difunto Pedro Pisa Menéndez sobre el viario antiguo en el centro de la región.

Somos los primeros en alegrarnos de que nuestras ideas se vayan extendiendo más allá de los círculos académicos, y observamos que, pese al continuado y contumaz ninguneo al que desde hace más de 25 años se vienen sometiendo por parte de la casta universitaria local, incluso algún miembro de ella las acaba asumiendo, siquiera sea con la cantidad de errores, contradicciones y silencios que encontramos en este artículo de Arias Páramo. Estamos convencidos, y ello nos mantiene en el esfuerzo, de que el tiempo pone a cada uno en su sitio, independientemente de la posición de que haya disfrutado en vida (ni el hábito hace al monje, ni la cátedra confiere por sí la sabiduría). Nuestras ideas sobre el origen de Oviedo son más sólidas, más racionales, se ajustan con mayor coherencia a lo que conocemos del panorama europeo contemporáneo y disponen de más capacidad explicativa que las que criticamos. Por ello acabarán imponiéndose cuando los prejuicios personalistas y las tradiciones clientelares hayan desaparecido, aunque quizá nosotros no lo veamos. Entre tanto, solo reclamamos lo del clásico: suum cuique (a cada uno lo suyo, para los ayunos de latín).

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