Unidos, emparejados, pero no iguales
Alguien me pidió el otro día que dijera algo sobre la cosa sexual en una de estas carticas. Bueno, yo creo que se ha desbocado un poco la cuestión de los sexos, probablemente por intereses políticos y comerciales, que viene a ser lo mismo. Pero, bien, no tengo inconveniente: mi abuela y mi madre lucharon por la vida de los suyos; mi abuelo y mi padre lucharon por un sueño; mi esposa, que también es madre y abuela, lucha por los suyos, yo... lucho por un sueño. Quizá ese sea el puro y simple resultado de ser hombre y mujer.
No quiero decir que una mujer no luche por un sueño, pero ¿un sueño a costa de los suyos?, o ¿un sueño en el que no estén los suyos?... Difícil. ¿Es entonces el hombre un auténtico egoísta que, aun a costa de los suyos, va en pos de sus sueños? Digo sueños, no deseos, porque animales a lo suyo haberlos haylos. En general se contiene, pero sí está en la médula masculina. ¿Cómo podemos conjugar esto en la endiosada e interesada igualdad de los sexos? Es posible que no tenga solución, así que lo que puede pasarnos es que se nos adoctrine, se nos acondicione, se nos controle y se nos someta a un cambio de sexo.
No me refiero a un cambio de matrícula, sino un cambio de intereses, de impulsos, de sentimientos, de aspiraciones, de... motivos, de deseos. Todos y todas, miembros y miembras, debemos ser iguales, a excepción de unas ligeras diferencias físicas, porque, claro, sin esas diferencias pronto dejaría de existir la humanidad. Es como si todo lo que debe diferenciarnos sea el sexo puro y duro. La inclinación fervorosa de la mujer por ser esposa madre, abuela y amiga debe rebajarse para luchar como un hombre por los intereses de la época; el hombre, que se vaya entrenando para atender al bebé y hacer la colada, que los sueños sueños son.
He buscado alguna idea en mi libro de cabecera y he encontrado esto: “Y Dios procedió a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó”. (Génesis 1:27) Dios creó al hombre y la mujer a su imagen intelectual, moral y espiritual, el hombre en masculino y la mujer en femenino, es decir: complementarios, pero no iguales. Quizás haya quien prefiera a la mujer masculina; yo, por mi parte, sigo diciendo: ¡viva la diferencia!
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