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Elucubrando sobre pócimas

4 de Octubre del 2021 - Javier Cortiñas González (Tarragona)

Vivimos nuestros días entre pócimas casi sin darnos cuenta. Los medios electrónicos y escritos nos bombardean con continuos cantos de sirena, pregonando sus extraordinarias propiedades. Hay quien piensa que esto de las pócimas milagrosas que curan, sanan y transforman es algo del pasado, de la Edad Media, cuando brujas desgreñadas y desdentadas preparaban brebajes verdosos, espesos y malolientes, y la mandrágora era su ingrediente habitual, su pastilla de caldo por así decir. Desgraciadamente me atrevo a admitir que no es cierto en absoluto.

Ahora, los brujos o brujas actuales, más discretos en sus apariencias, encuentran raros y sorprendentes ingredientes que, apoyados por seductoras campañas publicitarias aportadas por avispados negociantes, nos encandilan con sus propiedades, capaces de eliminar los inconvenientes que impiden disfrutar de una vida feliz, o más satisfactoria conforme a nuestras ansias de salud, belleza y permanente juventud, soñando en ser los últimos que despidamos a los penúltimos en la estación de salida de su viaje definitivo. Y, de esta manera, caemos en sus redes y soltamos inconscientes los euros que hagan falta para adquirir tan increíbles productos.

Para muestra, un botón. Entremos en el amplio mundo de la alimentación, donde nos asustan con esos diabólicos demonios llamados colesterol, grasas blancas o mantecas -en román paladino-, aceites insaturados, triglicéridos, la venenosa sal o los azúcares refinados. Ya sólo la angustia sobrevenida de enumerarlos nos provoca pánico y stress; entonces ¡oh maravilla! vemos en los establecimientos del ramo, la solución al alcance de nuestra mano: productos sin grasas insaturadas, ni colesteroles, rebosantes de la pócima mágica llamada omega en cualquiera de sus modelos: tres, cuatro o cinco. Palabra antaño asociada a relojes caros o al griego que estudiaban los de letras. Así que bebes una de esas leches con alguno de los omegas incorporados, a la que han desnatado, desazucarado, esterilizado y corregido con una buena y variada dosis de vitaminas, y en pocos días, todas las cañerías internas por donde circulan tus fluidos vitales quedan libres de atascos, restos y demás como si de un vulgar desatascador se tratase. Y digo yo: ¿qué queda de lo que las pobres vacas han producido durante sus largos ratos de rumiado y digestión, mientras disfrutaban de un pleno bienestar animal, aportado por mullidas camas de agua de uso vacuno, música de Bach y horas de sueño bien regladas? ¿Qué incoherencia es ésta, que se nos venden como productos sanos, no, sanísimos, los que nos ofrece la madre naturaleza? -con excepción de leones, cobras reales o setas venenosas-. Productos, que son luego desnaturalizados y corregidos, envueltos en exóticos y estrambóticos envases ecológicos, reciclados, e incluso hechos con materiales que llevan incorporado hasta polvo lunar, fibras de plantas de las selvas húmedas (como si hubiera selvas secas) o de simple pulpa de madera, en el que te informan de paso, que el envase del producto que tienes en la mano, se ha plantado un cuarto de la superficie de la selva del Orinoco de árboles tropicales.

Otro campo vastísimo es de los orientados a mejorar la salud, tan variados como solo la imaginación es capaz de idear, que surgen del cuerno de la abundancia alimentado por los inagotables aportes de todos los reinos de la naturaleza. Aquí la fantasía se hace realidad, combinando sabiamente los materiales más inverosímiles, extraídos de extraños lugares y adornados con aureolas y leyendas de que retrotraen el conocimiento de sus fantásticas propiedades curativas a tiempos ancestrales, ya conocidos por nuestros peludos y remotos antepasados desde que dejaron de andar a cuatro patas. Si, además, sus propiedades están avaladas por algunas de las medicinas místicas como la ayurvédica, u otras de la antigua China o por la Asociación Profesional de Chamanes Amerindios, sus certificados de autenticidad quedan automáticamente avalados y el éxito de ventas más que asegurado.

Quién no oído hablar de las excelencias de la ortiga, que muy poca gente la tiene en valor -salvo los italianos que la emplean para hacer sopa- por ser una planta tan humilde y fastidiosa por urticante. Pero claro, si se anuncia que la pócima elaborada con ortiga blanca, recogida en las laderas más inaccesibles y umbrosas de los Alpes Dináricos, tiene propiedades antisépticas, antimicrobianas, antiinflamatorias, calmantes, humectantes, hidratantes, de regulador sebáceo, regenerantes y purificantes, entonces, ¿quién se resiste a comprar de manera urgente un par de garrafas de cinco litros de tan sorprendente pócima?

Bueno, pues como esta humilde planta, las hay incontables, por ejemplo: la famosa "gotu-kola" de la India, llamada "centella asiática", lo más parecido a la panacea universal que existe, según estos gurús. O la sencilla alcachofa de Navarra, que parece vasca, porque se cultiva en todas partes, que te impele a visitar al Sr. Roca. O la "boswellia" del norte de África, el lubricante "tres en uno" de las articulaciones, capaz de hacer correr a un reumático la maratón olímpica. ¿Cómo puede ser que haya pasado desapercibido hasta ahora el sorprendente arándano rojo que, junto con el brezo, te hace también compartir amistad con el mismo amigo de la alcachofa? Uno se queda apabullado cuando te tientan con pulpa de coco de las islas de sotavento de la Melanesia, secada al sol sobre la blanca arena de sus playas, procedente de cocos cortados a pelo por lugareños trepadores de palmeras, en las noches de plenilunio que, según parece, es excelente para fortalecer el cuero cabelludo, mitigar la pertinaz tos mañanera e incluso acabar con el mal olor de pies.

Si además, incluimos a la colección de frutos, hojas, tallos, raíces, órganos de animales, con todo pelo y piel, y algún que otro pedrusco exótico con el que hacer las pócimas a base de extracciones, infusiones y tisanas, no debería existir enfermedad en nuestro planeta que no pueda ser sanada, salvo claro está las incurables, cuyos remedios parece que se encuentran en algunos de los exoplanetas descubiertos dando vueltas por sus respectivos soles, a los que parece, tardaremos algunos milenios en llegar.

Pero donde las pócimas desarrollan toda su panoplia de propiedades extraordinarias y proliferan a placer es en el campo de la cosmética. Aquí la fantasía llega a extremos delirantes, como el colágeno primordial que rejuvenece el cutis hasta adquirir la misma tersura de la piel de un bebé de seis meses o el extracto de veneno de la serpiente "víbora del templo", originaria de Malasia, relajante de los músculos faciales, de manera que a quien la usa se le queda cara de esfinge de por vida o con ojos de rana. Por no mencionar los ya populares botox y ácido hialurónico, este extraído de la cresta de gallo, que también dejan aleladas las expresiones de la cara.

Y qué decir de los ingredientes pertenecientes a la familia de los "pringósidos", como la asquerosita baba de caracol de efectos instantáneos sobre el cutis, si se está dispuesto a que una docena de estos gasterópodos se paseen por tu cara durante un tiempo indeterminado y que, a mí, sólo pensarlo hace que se me estire la piel y todos y cada uno hasta de los pelos del cuerpo durante bastantes años. A esta familia pertenece el conocido caviar que, untado sobre la cara, reconstruye las membranas celulares, reestructura la capa córnea de la piel, insufla un buen cóctel de vitaminas, dejando, además, como efectos colaterales, un insufrible olor a pescado y el bolsillo bastante esquilmado. Hay otra panacea sorprendente que incorpora polvo de diamante u otras piedras preciosas, un auténtico lujo para la piel, pues la iluminan y dotan de resplandores, aunque conviene advertir al que pretenda probarlo, que su efecto no es muy duradero, porque al mismo tiempo se produce un rápido palidecimiento de los ahorros, con el riesgo más que probable de convertirse más pronto que tarde en pobre de solemnidad.

Afortunadamente, no todos los ingredientes que se nos ofrecen están fuera del alcance de nuestros bolsillos, menciono uno para consuelo de los alopécicos, el simple e inadvertido equiseto, habitante de caminos y cunetas, también llamado "cola de caballo", estimulante del crecimiento capilar por acción de similitud o simpatía de su nombre. Aunque soy bastante escéptico, porque si tuviera una décima de la cuarta parte de los resultados que prometen, no veríamos ningún calvo reluciente por nuestras calles, algo que nos desmiente la dura realidad.

Seguimos persiguiendo quimeras, antiguamente llamadas panacea universal- mágica substancia restauradora de la salud- y el elixir de la larga vida- cuyo nombre lo dice todo-. Hoy en día, con nombres no tan rimbombantes y más especializados, nos siguen encandilando y en ello se nos va la vida y la hacienda. Vamos tras ellas, porque quizás nos señalan el camino hacia el lugar donde se encuentra la felicidad, aunque lo más probable es que sea otro el camino, tal como alguien nos lo indicó ya hace dos mil años.

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