Creencia
De vez en cuando venía a mi memoria un hecho, mejor que una anécdota, de un establecimiento de Oviedo que, quizá por necesidad, frecuentaba. No digo que a diario, pero sí unas cuantas veces durante la semana.
Lo que sí me van a permitir, cuando les cuente, es que omita tanto el nombre del establecimiento, su dedicación y nombre del dueño y de sus dependientes, por cierto, algunos de ellos se librarán del hecho en sí: arrancó.
Como uno es educado, porque así le enseñaron sus padres, cuando alguien me prestaba un servicio, de forma normal y sin esfuerzo alguno, de mi boca salía siempre "gracias" e incluso "muchas gracias". Y así que un buen día, una dependienta, al envolverme el objeto, cobrármelo y darme la vuelta del precio cobrado, repito, con mi normalidad le dije: "Gracias". A lo que sorprendentemente me respondió: "Las que Dios me dio". Y con las mismas se retiró para la trastienda.
El que quedó trastocado, valga la expresión, fue un servidor con la fina respuesta de una chica más bien fea, un tanto desgarbada y sin gracia alguna que haya sido bendita en su pila bautismal.
Hoy, quizás por mi mala uva, sigo viendo a la repetida moza creyéndose guapa y estilosa: que Dios le conserve la vista.
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