Doscientos cincuenta años de Lepanto
Hoy, la Virgen del Rosario, Europa recuperó el dominio del Mediterráneo
Entro por la sacristía, salgo por el campanario, para dar los buenos días a la Virgen del Rosario. La vieja coplilla segoviana horada de recuerdos el alma rememorando aquellas suavidades climáticas cuando ya hacía frío por las noches pero de día se instauraban los últimos calores del veranillo de la Membrillo, después de San Miguel y, por supuesto, Lepanto. Don Ramón, aquel profesor de Historia que teníamos en el seminario, la cabeza pequeña y el cuerpo grandón, nos daba su charla de todos los años sobre la grandeza de aquel evento que cambió la historia de Europa.
Los otomanos habían establecido el dominio de Europa avanzando hasta Viena y los Balcanes por el Danubio, y un poeta castellano, Cristóbal de Castillejo, que estuvo en aquel alarde y se enamoró de una rubia, lanzaba sus quejas al aire de enamorado despechado con un “ribaldo y traidor eres amor el turco en maldades no se te alcanza".
Oyéndole contar el desarrollo de la batalla naval de cerca de ochocientas naves enzarzadas en zafarrancho de combate al capellán del hospicio, parecía que lo vivíamos, pues muy bien lo narraba. Escuchábamos el tronar de los cañones, las explosiones de las santas Bárbaras, el tronar de las culebrinas, el brillar de las adargas, turcos, españoles, venecianos y guardias suizos de los estados pontificios al abordaje. Y a don Juan de Austria, el hijo bastardo del rey Carlos, dando órdenes desde la toldilla a bordo de la nave capitana y capitán general con tan solo 22 años.
Vimos la cabeza del almirante clavada en una pica en lo alto de la nave capitana por un soldado de los tercios viejos que la abordó y, por supuesto, nos contó lo de Cervantes, que aquel 7 de octubre de 1571 yacía enfermo de fiebres con la chusma de galeotos, al subir a cubierta le alcanzó el pelotazo de una lombarda, se quedó sin una mano, fue habido por los hombres de Solimán y, atado de pies y mano, lo embarcaron prisionero hasta Estambul. En “Los baños de Argel” contó su experiencia y rescate por aquel fraile trinitario que hacía las veces de alfaqueque entre moros y cristianos.
La Fiesta del Rosario es entrañable para mí. Soy devoto de la Virgen del Rosario. Me quedo dormido con las cuentas de mi rosario, cincuenta avemarías, cinco padrenuestros, cinco gloriapatris. Esta devoción caló en mí y es el salvavidas al que se agarra el pecador en dudas, tribulaciones y desamparos. “¡Viva María! ¡Viva el rosario! ¡Viva Santo Domingo que lo ha fundado!”. Es una práctica devocional muy simple y muy repetitiva que procede del hesicasmo oriental. Los musulmanes lo llaman “tasbib” y repitan el nombre de Alá incesante al compás de su respiración. Los rusos ortodoxos lo transforman en el gospodi, que es un incesante “kyrie eleison” a todas las horas del día. Pura oración vocal que purifica el alma a través de nuestros labios.
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