El verdadero problema de los maestros y maestras jóvenes
El pasado viernes, con estupefacción de la comunidad opositora docente se publicaba en el BOPA la convocatoria del procedimiento selectivo que tendrá lugar en el año próximo. Nunca antes se había hecho con tanta prontitud.
Para variar, las personas que pretenden afrontar el proceso por primera vez se topan con un muro infranqueable que les impide, hagan lo que hagan, llevarse el gato al agua y hacerse con una plaza.
Son muchas las bofetadas que ya se han llevado los nuevos aspirantes: la sobrevaloración de la experiencia docente, el exiguo impacto de la formación académica o la bolita extra del sorteo de los temas (para alivio de los mediocres) son solo unos pocos ejemplos.
La premura de la convocatoria es ya el colmo. Impedirá culminar cursos y titulaciones a aquellos que ya habían trazado un itinerario que les permitiera llegar a Juno con alguna garantía de éxito.
¿Y quiénes son los grandes beneficiados? Las de siempre. Las interinus-rex. Maestras que tiñen ya bastantes canas y que, a pesar de las facilidades que han disfrutado oposición tras oposición, siguen sin ser capaces de sacar plaza. Quizás sea hora para todas ellas (y ellos) de hacer un ejercicio de humilde y sana autoevaluación, valorando la posibilidad de que no sean válidos para la educación de hoy.
En realidad, hay una increíble incongruencia. A los maestros se les pide continuamente renovarse, adoptar nuevos enfoques y metodologías, conocer técnicas de nuevo cuño y, en definitiva, introducir la modernidad en las aulas. ¿Cómo vamos a pedir todo esto a personas que, teniendo cada vez más facilidades, son incapaces a aprobar un proceso que lleva siendo igual muchos años?
No es concebible que notas brillantísimas en las oposiciones no sirvan de nada frente a la mediocridad acompañada de una vaporosa experiencia que nadie controla ni desgrana en objetivos o metas alcanzadas.
Este es un problema generacional que nuevamente se repite. Los jóvenes aportan másteres, grados, idiomas... que les cuestan su esfuerzo y su estudio, mientras que la administración premia a quien no se prepara ni da el callo en el proceso de selección. Y por supuesto, lo hace con el aliento de los sindicatos, que saben perfectamente cuál es su nicho de mercado.
En resumidas cuentas, las maestras y maestros jóvenes tendrán que volver a hacerse a la idea de que su precariedad seguirá en aumento, mientras sus esperanzas se hunden en un pozo cavado por los sindicatos que les ningunean y los políticos que les engañan.
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