La falacia del erudito, la pretensión de la razón y la quimera de la justicia
Se dijo hace tiempo, no sin razón, que la matemática es una disciplina que los idiotas repudian por simple; pues la hipótesis, la elocuencia y, ante todo, la voluntad quedan en ella reducida a la contundencia de un muro, el de la evidencia. ¿Quién, aparte del poeta, pudiera sobrevivir afirmando -sin ser tachado de loco- que 1 + 1 son 7?
Cuanto más humana la empresa, más tenue el muro. No existe el suceso, pese a nuestro impresionante conocimiento, del que podemos afirmar con inefable contundencia mecanicista su realidad.
En el mejor de los casos trabajamos, aun con el más preciso de los instrumentos, sobre cuantificaciones de elementos percibibles. No pretendiendo más que elogiar al ingeniero; ¿no se sirve acaso este de las razones que otros han explicitado (resistencia, elasticidad, maleabilidad...) para levantar el puente o excavar la mina?, que otra garantía tiene, más que la experiencia observada, de que su hacer se comportara de determinada forma. Sabiendo que es imposible tener un pleno conocimiento de cuantos factores -internos y externos- influyen en la obra humana, la ciencia queda, pues, en el oficio de reducir la incertidumbre a la, si cabe, centésima potencia negativa. Esta analogía está mucho más sobreponderada en la figura del médico, que, directamente, basa gran parte de su acción en la estadística y la correlación.
Habida cuenta de lo dicho, la erudición, propiamente dicha -término propio de las letras y las “ciencias humanas”-, queda pues denigrada a un tener, “conforme el conocimiento actual”, y, en relación con los demás, un alto grado de certidumbre sobre lo que se dice. Es decir, salvo que se le quiera dar un valor nobiliario, a un relativismo cuasi absoluto; Aristóteles -que afirmó que la materia era fragmentable en agua, fuego, tierra y viento- fue un erudito. Erudición es, pues, aceptación popular de lo que se dice, mientras no sea falsable.
Queda, pues, claro que en aquello en que no se practique el concienzudo método científico -y aun cuando se aplique, con reservas- es imposible afirmar ya no la erudición, sino la mera razón.
En el resto de materias, lo que hoy es bueno puede ser mañana malo y pasado peor. No se puede, o por lo menos yo no puedo, deducir ni inducir la verdad. Pero el hombre persevera en la ya no filosófica búsqueda de la razón. Acaso no escuchamos las más pintorescas y enrevesadas explicaciones de cualquier materia de índole social (“esto es bueno”, “esto creará empleo”...), no creo que esto le resulte extraño a ningún hombre de la España actual. Hay esta pretensión de la razón en la abstracción de la lógica para afirmar lo refutable.
Llegados a este punto, planteo la pregunta moral: ¿dónde está lo justo?, ¿de dónde emana su conocimiento? Algunos, basándose en concepciones evolucionistas, dicen que proviene de la necesidad de norma para que se pudiera llevar a cabo la construcción social, otros que de la conciencia depositada en el ser por el diseño inteligente... ¿Quién sabe?
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