Elogio a la Santina
LA NUEVA SSPAÑA ha servido el pasado jueves como lanzadera para el asalto a la fortaleza robusta de la fe de los asturianos en la Virgen de Covadonga. El autor es un pueril lector de tebeos ávido de popularidad, pero muy mal dotado para conseguirla. Aparece junto al espantajo de su creación adorándolo, como un salvaje adora al ídolo de su tribu, orgulloso de haber logrado zaherir los sentimientos religiosos con la edición de su cómic, que lo único que publica es su malsana naturaleza, su mal gusto, su carencia absoluta de talento y su falta de moral.
El vil cálculo es que el guion sea pólvora en cohete y que, tocado por el fuego de la indignación, suba con presunción de rayo y estalle en la polémica de modo que le eleve a su autor a los confines de la fama. Pero el cohete baja sin estimación, deja mal olor y queda abandonado al olvido.
Elegir el tema con el que hacer daño a los asturianos es fácil, pero bien sabemos los católicos que la Virgen quiere, sabe y puede remediar nuestras miserias, y que mira este vano intento de desmerecer su imagen con la simpatía que mira el del ratón que, trepando por las paredes de la Santa Cueva, osa olisquear el hilo de su manto bendito; un manto que es colchón tendido en los muros de cada iglesia para amortiguar todas las ofensas que a diario reciben sus hijos de la gente mal entrañada.
Vano ha sido el intento, porque nada ni nadie nos privará jamás de amar a la Santina y de suspirar por Ella.
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