Sin decir, sin mirar. Los pensamientos ¿se puede sumar?
Acabo de leer mi última que este diario tuvo la gracia de publicarme. Decía yo en ella, que cada cual tiene su tendencia natural y, naturalmente, de no existir condicionantes que le obliguen a otra cosa, p'allá echa. Sueltas una cabra en La Cagonera y, seguro, no le para bolas a los despelotaos de turno ni le apetece darse un chapuzón, ella, p'al monte.
Esto me hace recordar las palabras de un carajo, de muy ingrata recordación, que, cuando le comentaba lo "inadecuada" que me parecía su forma de impartir clases, me contestaba: A estos "..." no importa lo que les digas y cómo se lo digas, el que no quiere aprender no aprende y, el que quiere aprender, aprende de cualquier manera.
Aunque en total desacuerdo con sus formas, no lo estoy tanto, ni mucho menos, con el fondo. Por eso, cuando oigo propugnar, por ejemplo, "hay que inculcar la afición a la lectura", no puedo evitar un gesto escéptico.
Yo no recuerdo que nadie me inculcara esa tendencia y, desde luego, libros de texto, ni loco. De ahí que dejara la escuela a los... 14 o 15, no estoy seguro. Pero lo que es novelas, ¡madre mía! Comencé con las del Oeste. ¡Anda que no leía! Tres al día de Estefanía.
No mezclaba géneros. Primero, como he dicho, fueron las de vaqueros. Después las policíacas y, a continuación las de amor. Todas de bolsillo. Más tarde otras más pretenciosas. Y más tarde las abandoné por un tiempo. Me fui a por las formas de pensamiento orientales, parapsicología... Y toda esa puñetería. Cuando acabé con la existencia de ese material en la biblioteca pública, hasta compraba los libros. Aún cogen polvo en algunos estantes de mi casa, "La rebelión de los brujos", Pauwles y Bergier 1971. "Parapsicología", del Dr. Milan Rizl 1974. "Lo oculto (La facultad X del hombre)", de Colin Wilson, 1974. Yoga y otros, sobre hallazgos inexplicables, vestigios de civilizaciones desconocidas y diferentes elucubraciones de esta índole, no sé cuantos.
En fin. Que, por ejemplo, recuerdo que, según creo que eran los rusos, llevaron a cabo un experimento con una coneja en un laboratorio y sus gazapos en un submarino sumergido a no sé cuántos miles de kilómetros. Claro, a la coneja la tenían toda cableada y monitorizada, sacrificaban un gazapo y, cada vez que lo hacían, la coneja daba un respingo. Verdad o mentira, lo sabrá el que lo decía.
Recuerdos posteriores, procedentes de vivencias, ajenas, no de lecturas. Vivía yo en una urbanización con amplios espacios verdes, provocativamente sombreados, para algunos fines muy adecuados. Los fines de semana montaban allí una tarima y, en torno a ella, y a su pastor, claro, se reunían un grupo, más o menos numeroso, de creyentes. El pastor les soltaba su archimanoseada perorata e invitaba a los "estropeados" a subir al estrado para, en virtud de su fe, "arreglarlos". Allá subían, doblados y renqueantes. Los estiraba y ponía a dar saltos emocionantes.
Ellos sabrían, eso era lo que mis ojos veían. También recuerdo a quien comentó con una persona amiga que, casualmente, profesaba esta fe sin reparo alguno, su padecimiento de cáncer y, esta persona amiga, le recomendó que contactara con el pastor de la iglesia más cercana y le pidiera, no recuerdo exactamente las palabras, organizara una cadena mundial de rezos por su salud. Esta sería sin duda la mejor forma de curación. Sin comentarios.
El caso es que, visto lo visto, en mis ratos de ocio mental, tengo pensado: oye, si es posible aunar un rezo mundial para curar a una persona, ¿no sería más factible organizarlo para salvar a todo un país? Si la fe puede curar un paciente de cáncer, bien podría curar a España de Sánchez y su ralea. Digo yo.
Si a alguien que lea esto se le ocurre alguna idea... No debería guardársela.
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