Si los lobos fueran a misa...
Esta carta al director pretende hacer una serie de consideraciones, en honor a la verdad y al rigor, al artículo de opinión de José de Arango aparecido en La Nueva España el 24-1-09, en el que, entre otras cuestiones, abundaba sobre las merendolas del lobo entre rebecos y venados, cuestionando si se protegían a las alimañas o al ganado, etc.
En la era de la información, avanzado ya el acceso a la divulgación científica, mejoradas las carreteras y accesos a los pueblos, atrás quedó, o debería quedar, la enumeración de juicios, la elaboración de escritos mejor o peor hilvanados, sin ningún rigor, únicamente guiados por las habladurías, por anécdotas que se convierten en hechos tangibles, por lo que nos cuenta un amigo en un bar, que no son analizados desde los distintos puntos de vista que se pueden poner a nuestro alcance.
Y es que la falta de objetividad y lo tendencioso del artículo de José de Arango me retrae a la década de los 70. Y no es la visión del conservacionismo puro y duro que muchos piensan que siempre están en contra del ganadero. Atrás quedó también aquel movimiento conservacionista radical y por lo que ahora se trabaja es por la búsqueda de soluciones a los problemas medioambientales que aparecen en los espacios naturales. Se trata de una nueva visión multilateral de la realidad ambiental de nuestras montañas que ha de quedar claro en los tiempos actuales que nos toca vivir y compartir.
Y es que cuando se habla del lobo no sólo habla del canis lupus como animal, como si hablara del zorro, de la gineta o del águila real. No nos pondríamos tan nerviosos si habláramos de la marta o del oso pardo. Hablar del lobo supone, además, acercarse a la realidad de los pueblos de montaña, también a la picaresca, a las leyendas, mitos y creencias, a lo que hemos legado de nuestros antepasados, a lo que la opinión social impone, a la manipulación política, al pulso del ganadero, a la visión idealizada desde la ciudad, a la pérdida de población rural que hoy se concentra en grandes ciudades y a los problemas del medio rural en general.
Resulta muy sencillo, como se desprende del escrito de José de Arango, calificar de alimañas a los carnívoros, como se hacía en la edad media, y atreverse a juzgar si hay que defender a estos animales o a los ganaderos. ¿Cuántas veces hemos oído que a este paso ya no van a quedar ganaderos por culpa de los desmanes del lobo? ¿Qué los ganaderos son una especie en peligro de extinción?. Efectivamente, problemas de nuestro medio rural, pero mucho más complejos de analizar que la simple y vieja culpa de las alimañas, y lo digo desde mi conocimiento profundo del medio rural en el que vivo y que recorro habitualmente.
El medio rural se despuebla. Las mujeres de los pueblos se van a Oviedo o Gijón y poca esperanza de futuro, en cuanto a población, queda en muchos pueblos de montaña, al menos, tal y como lo hemos conocido hasta ahora, es decir, viviendo de la ganadería, agricultura y, por qué no decirlo, de las prejubilaciones. ¿Cuántas brañas se están perdiendo en la Cordillera Cantábrica?, ¿Cuantas zonas de pasto o que antes se segaban, ahora están recuperándose por los bosques?. La realidad social del medio rural merece un profundo análisis que poco tiene que ver con el lobo.
Por un lado, con una población muy envejecida y con parte de la misma viviendo de las prejubilaciones de la mina, hay mucho ganado en el monte sin vigilar y muchas explotaciones ganaderas muy pequeñas, además de algunos animales sueltos por el monte para que se mantengan y también las crías de vacas y caballos que nacen en el monte con muy escasa vigilancia por parte del propietario. Esa es una realidad que se puede comprobar cogiendo el coche y visitando las lejanas e ignotas montañas del suroccidente asturiano y así verá, señor Arango, cómo aún quedan vacas en el monte en invierno entre la nieve en algunas determinadas zonas, perdiéndose aquella ancestral costumbre de los vaqueiros de alzada.
Por otro lado, por supuesto, tenemos un sector de ganaderos, la mayoría, que apuestan por sus explotaciones ganaderas, que tienen muchas vacas y que trabajan duro en las soledades de estas montañas y que necesitan todo el apoyo posible por muchos motivos, entre ellos, porque están manteniendo una actividad ancestral, que ha formado parte de nuestro paisaje desde hace cientos de años.
En este panorama está el lobo, como estaba también en la edad media. Pero, como entonces, no distingue si aquel burro es de uno o de otro, o si aquel xato o aquel potro es de alguien. Sin embargo hoy, el propietario del burro o del xato puede vivir exclusivamente de su explotación ganadera o quizá viva de otras actividades o quizá de las prejubilaciones. Este aspecto, además de que pueda hacerse rasgar las vestiduras a más de uno, es importante para juzgar si hay que proteger a las alimañas o para analizar si son suficientemente justificadas las batidas que la Consejería de Medio Ambiente autoriza en zonas como los concejos de Ibias, Degaña o Cangas del Narcea, en entornos de la Reserva Natural Integral de Muniellos, etc. Porque además de todo ello, hay que tener en cuenta los censos de estas especies, su mapa de distribución y la presencia de presas salvajes en su territorio para justificar la reducción de la población de una especie. Y ahí surge una nueva chispa, diferente además, pues ya no está en juego una actividad económica como es la ganadería, si no una actividad de ocio como es la caza. Y es que, quizá por primera vez, se pide bajar la población de lobos por que, como dice el señor Arango y algunas sociedades de cazadores, los cánidos depredan sobre corzos, rebecos, jabalís y ciervos.
El otro punto de vista estaría entonces en si los lobos deberían alimentarse de perejil y otras hierbas, ya que los criticamos también porque reducen el número de jabalís, que además estaban fozando en las huertas y praos, y ya hay menos ejemplares a los que disparar en las cacerías. Los restos de rebecos y venados que empiezan a aparecer por el monte víctimas de los cánidos debiera ser algo normal en estas épocas invernales, la conocida selección natural. También encontramos restos de rebecos, pero sobre todo de venados, todos los meses de setiembre encontrando el cuerpo muerto de un ciervo al que le falta la cabeza, resultado de una cacería legal; eso también impacta en el caminante, en el montañero que se encuentra con esa escena.
Muchas son las personas que opinan sobre todo esto, que se ven afectadas, que conocen estas cuestiones desde su punto de vista. Por ello, es aprovechado también desde el punto de vista político, que muy poco tiene que ver con la realidad rural y con la biología del lobo, si no más bien con calmar a las masas, captar votos no se muy bien de quién, ya que la mayoría de la población se asienta en ciudades, y que lleva a la confusión general. Lo peor de todo es que la administración que debería trabajar en la gestión, que es la palabra clave en el tema del lobo, y en muchos otros, se deja llevar y cede ante los que más protestan. Así, se autorizan batidas sin ningún criterio en el entorno de Muniellos, es decir, se abaten ejemplares que mantienen su hábitat habitual en el bosque y sus cumbres y que depredan mayoritariamente sobre corzos y jabalís, por que de vez en cuando puedan matar un burro, algún perro que muy bien podrían ser sufragados por los fondos autonómicos y europeos destinados a la conservación de la naturaleza y las actividades agroambientales, y los guardas, aquellos que han preparado concienzudamente una difícil oposición para conservar la fauna, disparan ahora sobre el lobo.
Los tiempos han cambiado. Por eso hay que ser más riguroso y tratar el tema del lobo desde un punto de vista multilateral, conociendo la realidad del medio rural y aportando soluciones más trabajadas, gestionando mejor el monte (sector forestal, ganadería, caza, turismo, conservación) y ayudar a mantener la ganadería y las actividades tradicionales pero también el legado rural cultural y de biodiversidad que nos ha sido transmitido. Ese debiera ser uno de los cometidos de nuestros gobernantes y de los técnicos de medio ambiente, una buena gestión integral de nuestros montes, sin claudicar ante el que más protesta, lo que, sin duda, nos han defraudado a muchos.
Todo lo que quede en que si los lobos se acercan a los pueblos, como también lo hacían antes, o si se nos ponen los pelos de punta con sus aullidos, como abunda el Sr. Arango en el referido artículo, queda en el plano de lo mitológico, en la leyenda que se transmite de generación en generación al calor de las tsariegas, pero no en las tertulias, debates o mensajes en los medios de comunicación que han de ser más rigurosos ya que nuestros lectores y oyentes son cultos y exigentes. Por todo ello, si los lobos fueran a misa serían sin duda nuestros amigos. Si el bien y el mal que la iglesia atribuyó a todo y también a las fieras salvajes no hubiera atribuido al lobo todo lo malo que nos han transmitido en cuentos y leyendas, quizá pudiéramos sentarnos a hablar sobre el lobo sin tensiones. Si el lobo fuera a misa podría pasar cerca de los pueblos sin que se nos erizara el pelo del cogote.
Jose María Díaz González,
naturalista y educador ambiental,
Cangas del Narcea
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