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Carta a John Henry Newman

28 de Septiembre del 2010 - José Ramón Rodríguez Fernández (Oviedo)

Querido John: sabes que te conocí por primera vez hace ya bastante tiempo, cuando yo estudiaba Teología en el Seminario de Oviedo. Después pasaron muchos años sin que tuviésemos relación alguna. Cuando me licencié en Filología Inglesa, leyendo un manual de historia, volví a encontrarme contigo y decidí hacer mi tesis doctoral sobre tu vocación y actividad universitarias, que defendí en la Universidad de Oviedo en 1990 al cumplirse los 100 años de tu fallecimiento.

Para conocerte mejor y tu andadura universitaria necesité leer muchos libros tuyos sobre el tema, así como viajar a Oxford y Dublín, donde desarrollaste tu tarea universitaria y religiosa.

Cayeron en mis manos muchos retratos y fotografías tuyos en los que pude apreciar tu buen aspecto físico e incluso tu inteligencia y moderación.

Fui siguiendo tus pasos desde tu niñez, y después como adolescente y estudiante en la ciudad de Oxford. Pude visitar los colegios donde estudiaste y ejerciste como profesor en dicha Universidad.

Fuiste vicario de la iglesia universitaria de Santa María, situada en el centro de la ciudad. Desde aquel púlpito pronunciaste sermones que reflejan claramente tu gran personalidad y elocuencia.

Fuiste también el director y el alma del movimiento de Oxford, orientado a reformar y a modernizar una universidad y una iglesia anglicana decadentes y claramente mejorables. Tus ideas sobre la universidad fueron muy valiosas entonces y ahora también lo son.

Una universidad, decías, es una institución libre, no dependiente del poder político o religioso, donde se enseña el conocimiento universal y cuyo objetivo principal es el cultivo del intelecto.

La misión fundamental del profesor universitario no es investigar. La verdadera investigación se realiza en otro sitio. El profesor tiene básicamente que enseñar y para esto tiene que haber amistad y contacto entre profesores y alumnos. Entonces los profesores y alumnos convivían en los colegios universitarios, donde se intercambiaban a diario sus conocimientos y experiencias.

Los planes de estudio de las distintas universidades, sobre todo de las de Oxford y Cambridge, coincidían, lo que permitía el intercambio cultural entre los universitarios de aquellos centros de educación superior.

Hoy, tú lo sabes muy bien, en la Universidad actual prima la investigación. Y suele consistir en que el profesor de turno publica un libro o un artículo de carácter muy subjetivo, a veces con un título y contenido extraños, que busca su interés particular y lo publicado no suele tener utilidad alguna para el alumno. La enseñanza cuenta poco.

¿Qué te parece una universidad a distancia donde no hay contacto personal entre profesores y alumnos? ¿Qué te parece de que los alumnos se matriculen y luego no asistan a clase? ¿Qué te parece de las llamadas clases no presenciales? Y, finalmente, ¿qué te parece de que los planes de estudios de las distintas universidades españolas no se parezcan en nada cuando, paradójicamente, estamos hablando de la mal llamada convergencia europea?

Desde niño fuiste educado en la fe cristiana. Pertenecías a la Iglesia anglicana. Durante muchos años viviste encantado formando parte de aquella comunidad cristiana. Después te fuiste dando cuenta, a través del estudio, de que la Iglesia encargada de transmitir el mensaje evangélico era la llamada católica, presidida por el sucesor de Pedro y que predicaba intacta la fe primitiva. Dejar el anglicanismo para ingresar en la Iglesia católica te costó sudor y lágrimas, pero después de una gran lucha interior decidiste hacerlo. Al principio lo pasaste muy mal. Sentiste mucha soledad. Pero en seguida empezaste a trabajar, fundando una congregación religiosa para jóvenes en la ciudad de Birmingham y la Universidad católica de Dublín, de la que fuiste rector. El Papa pronto se dio cuenta de tu gran valía nombrándote obispo y después cardenal.

Todo el mundo te consideraba el gran converso. Yo no estoy de acuerdo con aquella apreciación. Convertirse no es pasar del anglicanismo al catolicismo. Tú siempre mantuviste la misma fe y los mismos principios cristianos. Sólo se convierte quien ha tenido un mal comportamiento y ha decidido cambiar. Y éste no es tu caso.

Ahora Benedicto XVI ha decidido beatificarte y para eso va a viajar a tu país. La beatificación es ni más ni menos que el reconocimiento por parte de la Iglesia de tu comportamiento y tu trabajo en esta vida. Recuerdo que cuando el Concilio Vaticano I aprobó la infalibilidad papal, tú no estabas muy de acuerdo, pero lo aceptaste. Te aseguro de que el Papa no se va a equivocar cuando te declare santo.

No te olvides de echar una mano a la Universidad y a la Iglesia para que contribuyan más y mejor al bien de los ciudadanos.

Seguiremos en contacto, aunque de momento por internet, hasta que podamos vernos personalmente y comer juntos.

Una curiosidad: ¿qué tal sabe el vino que se bebe por ahí? Me imagino que tendrá el mismo origen que el de las bodas de Caná y que por tanto estarás muy satisfecho, como aquellos novios e invitados a quienes tanto les gustaba. Yo también espero probarlo.

No te digo «goodbye». No tiene sentido desearte lo que ya tienes. Además, no quiero estropear mi lengua con anglicismos innecesarios.

Finalmente, un fuerte abrazo de tu amigo que te admira.

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