Dividir o multiplicar
"Es buen católico, ayuda a la Iglesia, da leyes católicas, qué más se puede pedir". Cuando leí en su día que Juan XXIII había dicho eso de Franco, me sulfuré con la ligereza inflamable de los pocos años: "¡El Papa hablando como un cura de aldea!". Poco me apaciguó la observación de Novalín tan cargada, sin embargo, de razón: "Qué tiene de sorprendente que el Papa hable como un párroco". En efecto, los papas pasan sus pontificados predicando como párrocos. Lo excepcional es que hablen "ex cathedra"; el último que lo hizo fue Pío XII en 1950. Solo Iñaki López, el mastuerzo vizcaíno de La Sexta, puede creer que el Papa habla ex cathedra cada vez que abre la boca.
La prédica de Francisco insiste en la injusticia social condenando, da forma cada vez más perentoria al capitalismo ("sistema de muerte"). Comentando el pasaje evangélico tradicionalmente conocido como "la multiplicación de los panes y los peces", el Papa viene a decir que la clave del milagro estuvo en "dividir", no en multiplicar. Es decir. En el reparto, no en la producción. Exégesis novedosa que nos trae a la memoria la anécdota del párroco que, comentando el mismo episodio, se enredó con las cifras y terminó ponderando que Jesús hubiese alimentado a cinco personas con cinco mil panes y dos peces.
De vuelta a la sacristía, mientras le ayudaba a despojarse de los ornamentos, el sacristán le comentó con sorna: "Con cinco mil panes y dos mil peces le quitaría yo el hambre a un montón de gente, ¿dónde está el milagro, señor cura?". Superado un primer momento de perplejidad, el cura replicó: "El milagro está en que no reventaron". Razonando "a pari", se podría llegar a la conclusión de que después de dividir cinco panes y dos peces entre cinco mil personas, las raciones serían tan magras que el milagro estuvo en que no muriesen de hambre.
Capitalismo y comunismo: ¿Alguien conoce un "tertium quid"? Insistir unidireccionalmente en la condenación del uno ¿no implica allanarle el camino al otro? Sobre todo cuando nos amenaza un populismo ávido de asaltar la economía desde la política, dejándonos a la vez sin libertad y con hambre (Cuba, Venzuela y lo que viene detrás). Los marxistas de antaño, a los que les echaban una mano, les llamaban con condescendencia "compañeros de viaje" (por no citar un apelativo menos ameno).
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