Pequeños placeres vs. pequeños padeceres
A todos nos los han recetado. En más de una ocasión hemos oído que debemos tomar conciencia de los mismos. Que, en una justa valoración de ellos, está la felicidad... Siempre, claro está, en referencia a los pequeños placeres, pero, ¿qué pasa con los pequeños padeceres?
Fijaros, es necesario que nos lo recuerden, nos lo recomienden, pues fácilmente se nos pueden pasar inadvertidos los pequeños placeres, en cambio los pequeños padeceres, ¡coño! Aunque no nos los recuerden, muy raro que se nos pasen.
A unos más que a otros. Depende, como todo, de la personalidad de cada cual. De que el cada cual sea de los que ven el vaso medio lleno o medio vacío.
Y es que, al yin y el yang (presentes hasta en lo más insignificante de nuestras vidas), automáticamente, se le mide con esta vara del vaso por la mitad. Desafortunadamente, para mí, siempre medio vacío y, por tanto, mi yang casi siempre siempre machaca a mi yin.
Las patatas fritas con chorizo y huevos fritos, ¡qué pequeño placer! Me hace tan feliz que considero un delito no prolongarlo con el desparrame de mi persona sobre mi butaca yin. ¡Pero! Coño, en cuanto recobro la vertical, del pequeño placer su final. Se me va del pensamiento, se me va la sensación. ¡Sin embargo!
Ayer, al atardecer, me asomé a la ventana. Mi avenida, tráfico intenso, constante. Viene un cochecito rojo por ella, va a girar a su derecha, hacia la callecita estrecha y con estacionamiento a ambos lados, lo que obliga, ya a los coches, a tomar una curva condicionada por la adversa circunstancia. Eso los coches, los camiones, los más grandes, simplemente no pueden abordarla, los que sí pueden han de, en la mayoría de los casos, maniobrar para enfrentarla, pues, de no seguir una paralela perfecta y centrada, no podrían circular por ella.
Bien, veo el cochecito, coño, no emboca la calle. Las filas de coches estacionados a uno y otro lado, siempre arranca con los primeros, incumpliendo la normativa, pegados al paso de cebra y otro tanto de lo mismo ocurre con los estacionados a la derecha de la avenida principal, con lo cual, el ancho de la cebra para el peatón es, exactamente, el ancho disponible, no tienen más, para que crucen la calle los viandantes.
Pues va y yo, lo de siempre, ¡no puede ser! El cochecito se ha parado justito ahí metidito en el ancho del paso. No puedo apartar los ojos de él. ¿Irá a dejar a alguien ahí? No parece lógico, ahora tendría que maniobrar para salir, menos trastorno sufriría parando un instante en su trayectoria normal. No sale nadie del coche, lo que sí hace es poner a parpadear los intermitentes; por avería no es, desde luego. No puedo irme de la ventana. Pasan cinco seis minutos... Los peatones caminando por el carril de los vehículos (que incesantemente, suben), bien pegados a los estacionados para no ser atropellados.
Aparecen dos... no podría asegurarlo (cada vez es más difícil discernir hoy en día) creo que féminas. Se pegan a la ventanilla del ¿conductor, conductora? con postura de voy a estar un ratito. Pasan otros... siete, ocho minutos. Coño, sale, era una conductora. Echa a correr, pega un salto y se encarama, patas abrazando la cintura, a un carajo que aborda el paso de peatones. De esta guisa toman posición, pegados ya los cuatro tertulianos, al coche.
Pasan otros cinco, seis, siete... minutos. Charlan, desentonados, alborozados, aspavientados... Pasan otros ocho, nueve, diez... Coño, tengo que dejar constancia de esto. Voy en busca del móvil y a contarle a mi mujer lo que a mí me parece esta vaina. Habiendo acabado de contárselo, regreso a la ventana y, ¡vaya!, el cochecito rojito se ha ido.
Esta mañana, una vez más, se ratifica mi verdad: los pequeños placeres, comparativamente, tienen una duración efímera.
Mis patatas fritas y demás, son un pequeño placer de... media hora, como mucho. Lo del cochecito... Jo. Llevo ya no menos de quince horas y que no se se me va de la cabeza.
¡Además! Yo podría, sin ningún temor, seguir escribiendo todo cuanto se me ocurra sobre el plato mencionado, consciente de que a nadie iba a ofender ni molestar, aunque, desde luego, consciente también del coñazo que supondría. Ya bastante es este. ¡Pero! ¡bufff...! Mencionar las apetencias que los protagonistas del cochecito me han provocado, ¡ni loco! Para más rabiar, me las tengo que tragar, no quiero que me metan preso.
Otro pequeño placer... (me resulta difícil encontrarlo), bueno, las series de la tele. Pero más de lo mismo. El placer me dura lo que dura el capítulo, ni un minuto más.
Otro "pequeño" padecer. He leído "la gracia" de dos "cómicos" en TV3. A uno, dice él, le gustaría que le hiciera una felación la Reina Leticia. El otro le responde: "Si fuera la hija". Una referencia a una señora, reina o no reina no viene al caso, es igual, y a sus dos hijas ¡de 14 y 15 años! Llevo... no sé si dos o tres días... Ahora mismo estoy sintiendo ssffuuuu... de la olla a presión que tiene mi mujer a todo meter en la vitro, eso comparado con el cocinado que se está gestando en mi cabeza en base a los "comiquitos" de marras, caquita de la vaquita. Y que no se me va. Y que ni siquiera puedo desahogarme sssfffuuuando aquí lo que este "pequeño" padecer me provoca...
Que, lo dicho, el mal nace para ganar. Y en estos tiempos mucho más.
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